Estamos tan acostumbrados a leer noticias sobre corrupción que ya ni nos escandalizamos. Nuestra capacidad de indignación se ha agotado hasta tal punto que, a veces, esbozamos una sonrisa resignada, como si fuera un cáncer terminal de la sociedad sin cura posible. A la vez, escuchamos a nuestros gobernantes, algunos protagonistas de esas noticias, discursos grandilocuentes sobre eficiencia y control del gasto. ¡Cómo si no tuviéramos bastante con hacer malabarismos para llegar a fin de mes! Pese a todo, me he convencido de que hay esperanza, de que existe cura y de que pasa por pequeños gestos. Mi mujer y yo solicitamos por Internet sendos certificados de empadronamiento. Llegaron a nuestro buzón en 48 horas. Iban en el mismo sobre y, aunque parezca lógico, reaccioné con sorpresa porque alguien se molestó en comprobar que la dirección de los documentos era la misma y en hacer un único envío postal. Por contra, el Gobierno llena infinidad de sobres para comunicar a los millones de jubilados de este país lo que ya saben, que sus pensiones han subido una miseria. Uno de ellos me decía que el dinero que se gastan en correo podrían destinarlo a que el aumento no fuera tan ridículo.