Hacía tiempo que se había perdido tanto dentro de España como en nuestra pequeña y recoleta Comunidad Autónoma el compromiso con la realidad social y política. Desde que en aquellos cincuenta „que nos parecen gloriosos cuando fueron de verdadera penuria y terribles limitaciones„ sobresalieran los Celaya y los Otero de nuestras letras en el campo poético, poco o nada hemos leído „pero puede que existan„ de aquellos arriesgados y atrevidos testimonios literarios en pro de las libertades perdidas, a favor de un tiempo que siempre habrá de ser mejorado porque se parte de una situación ingrata o injusta.

Y recuerdo ahora, en este momento, a algunos de aquellos escritos de bien llamada Generación del Medio Siglo que, éstos ya en prosa, presentaban las flaquezas del país visitando lugares apartados, pueblos abandonados a su suerte, la pobreza alojada en las colañas de sus viviendas. Autores como Aldecoa, Fernández Santos, Martín Santos, Juan Hortelano y algunos otros que protestaban por aquellas pobres condiciones en las que se desenvolvía la vida española, altamente rezagada de lo que se consideraba lo europeo, la democracia o la igualdad de oportunidades. Y por aquí, por nuestro pequeño espacio pimentonero, Julián Andúgar y Paco Sánchez Bautista desgranaban sus versos de rabia y protesta mientras que Miguel Espinosa se esquinaba dentro de su feliz gobernación con sus mandarines y feas burguesías.

Y traigo a colación aquel tiempo porque leyendo los versos de Pepe Cantabella y los carteles pensiorosos y las vallas de la Cantabella (*), creo descubrir que ya no se cumplen las mismas condiciones para acudir a la expresión social, que han variado las maneras de lanzar un mensaje político, que lo que llamábamos literatura de compromiso se ha terciado y se efectúa por vías distintas a las veces anteriores, lo que nos viene a afirmar en la creencia que nada se repite de la misma manera. Queda evidente que estamos en un tiempo distinto que se juzga degradado, corrupto (que es la palabra clave en nuestro acontecer inmediato) que debe ser eliminado para dar paso a ese otro que siempre trae la esperanza, esos tallos verdes que no salen de lo que se cosecha, sino de las hierbas que habrán de colocar otros en plazas y ágoras, en gradas y estadios, con una nueva ciencia, con nuevo aliento, con el vigor y las ansias de cambiar el mundo, modificar los argumentos y servir a la causa que ha de venir.

José Cantabella se había movido hasta ahora por los caminos de lo fantástico, por esos universos cortacianos que tanto le gustaba visitar; y se ha girado en torno a las cuestiones amorosas que embargaban su noble corazón, y había apostado por la imaginación o por los domicilios particulares. Sin embargo ahora, y nos sorprende, se lanza a la piscina social, al testimonio real, desde un alto trampolín al viejo compromiso que tanta gente había apartado porque se creía que con arañar la democracia ya no había necesidad de cantar sus limitaciones. Y se nos presenta un nuevo José Cantabella al calor de la hoguera cercana, junto al fuego rojo y pletórico, avisando que entramos en una nueva era, que nos esperan días mejores, y se ata con amor y pasión a la pequeña épica de los perdedores en la contienda de la existencia confiando en su victoria posterior, cuando la revolución se aloje en las entrañas de un país que siente, en una tierra que le duele, en una España que se advierte tras el telón de fondo de la protesta en estos versos sencillos y cristalinos. Una revolución por dentro de sí hacia lo colectivo.

* Revolución, Cantabella&Cantabella. Edit. Raspabook