Sólo hace falta fijarse en mis rasgos físicos para deducir que mis antepasados más remotos fueron musulmanes que vivieron, felices o no, en Al-Andalus, y que en algún momento, para poder seguir viviendo, le dieron puerta al Islam para abrazar la fe de los cristianísimos reyes de España. Por si fuera poco, procedo del Valle de Ricote, de donde los moriscos no se fueron nunca a pesar de la ruinosa y disparatada orden de expulsión de Felipe III. Mi infancia la pasé saltando las acequias que legaron los viejos moradores sarracenos para aprovechar al máximo el agua del Segura para los cultivos. No tendría sentido, por tanto, que alguien con mis antecedentes abrazara la xenofobia. Quizás sea por eso que me saben todavía peor sucesos como el ataque a Charlie Hebdo, que empañan a todo un pueblo y una comunidad religiosa. El terrorismo yihadista vuelve a estar de moda y ahora se suceden los pactos de Estado, las alertas y las alianzas de civilizaciones. Mi visión es que el fin de esta locura sólo puede venir, al igual que en el caso vasco, del propio pueblo musulmán. Cuando encuentren su Ermua particular y planten cara a los falsos profetas, mucho se habrá hecho.