Si se leen los comentarios que circulan por las redes sociales, es inevitable pensar que mucha gente no se ha enterado en absoluto del significado real que ha tenido la matanza de los dibujantes de la revista satírica Charlie Hebdo (y de los dos policías que los defendían). Muchos de los comentarios condenan la matanza, sí, pero con mucha cautela y con la boca pequeña, porque enseguida añaden que Occidente asesina cada día a miles o a millones de musulmanes inocentes sin que nadie proteste (eso ha dicho, por ejemplo, el actor Willy Toledo). Y otros comentaristas hablan de la exclusión social de los inmigrantes musulmanes que viven en Francia, con el inevitable corolario (siempre tácito pero omnipresente) de que el fanatismo yihadista es una reacción justa ante la injusticia y la marginación social que sufren muchos inmigrantes musulmanes. Y otros muchos comentarios citan los miles de muertos de Irak o de Palestina, de modo que establecen una cadena causal que explica los hechos así: si Occidente o Israel mata a inocentes, el mundo musulmán se venga matando también a inocentes.

Pero esta forma de juzgar los hechos sólo refleja, o bien una monumental empanada mental que no es capaz de interpretar con un mínimo de rigor las realidades más evidentes, o bien una monstruosa falacia conceptual que pretende enmascarar una verdad muy incómoda y que mucha gente se niega a aceptar. Porque los yihadistas franceses, para empezar, no son excluidos sociales que estén obligados a vivir en un régimen de segregación social como el que sufrían los negros en el sur de los Estados Unidos o en la Sudáfrica del ´apartheid´. Es cierto que muchos yihadistas se han criado en los feos barrios de la deprimente ´banlieue´ parisina, pero muchos de ellos vivían en edificios de protección oficial y podían disfrutar de unos servicios sociales y de una educación y de una sanidad de primer nivel que son la envidia del 90% de los habitantes de este planeta.

Si tomamos, por ejemplo, el caso del más joven de los hermanos Kouachi (los supuestos autores de la masacre), se sabe que tenía un diploma de monitor deportivo y que había trabajado como repartidor de pizzas y como pescadero en un supermercado. También era aficionado al rap, y todo el mundo lo definía como un tipo normal „bebía, fumaba, salía con chicas y se proclamaba ´no creyente´„, hasta que un buen día empezó a seguir las enseñanzas de un clérigo integrista que iba por libre y predicaba en un local cercano. Podemos especular sobre las razones que llevaron a este hombre a hacerse yihadista, pero es evidente que no fueron ni la miseria ni la marginación. Este hombre tenía un apartamento propio, así que no vivía hacinado con otros muchos inmigrantes en un edificio en ruinas, y si no pudo pasar de pizzero o monitor deportivo, fue porque no pudo o no quiso seguir estudiando, y eso que el Estado francés es muy generoso con las becas.

Se mire como se mire, la exclusión social no fue la causa de la conversión al yihadismo de este hombre, pero miles de nuestros compatriotas seguirán convencidos de que fue así. O en todo caso creerán que su conversión se debió a las matanzas de Occidente en Irak y en Palestina, cuando se olvida que los causantes de los cientos de miles de muertos en Irak o en Siria no han sido las potencias occidentales, sino los violentos enfrentamientos entre facciones musulmanas -sobre todo entre chiíes y suníes- que se libran desde hace mucho tiempo en Oriente Medio y que la colosal estupidez de la invasión occidental de Irak no hizo más que agravar.

Pero todo eso da igual, porque un sector importante de nuestra población ha decidido crear una nueva categoría social que sustituya al antiguo proletariado en lucha contra el capital. Y ese nuevo proletariado está formado por el pobre inmigrante musulmán humillado y perseguido por la avaricia y por los prejuicios occidentales. Y cualquier excusa será válida para refrendar esta supuesta verdad. Así que ya podemos repetir todos a una las mismas mentiras y las mismas estupideces: los fanáticos yihadistas no luchan contra nuestro modelo de civilización, basado en la libertad de expresión y en la de conciencia, sino que son pobres desgraciados que intentan defenderse de nuestra arrogancia y de nuestras crueles injusticias.

Y amén. O como se diga amén en árabe.