Estaba deseando. Le esperaba el papel en blanco tras una negra noche de fiesta. Afilando el lápiz también aguzaba su imaginación mientras recordaba la idea que le acompañó durante su reconstituyente paseo matutino. Vuelta tras vuelta por el oasis de un gran parque urbano, vislumbró el esplendor de la naturaleza, las flores heladas sobre el blanco césped, los majestuosos y viejos árboles que tapaban el cielo límpido de enero y el colorido de las aves que merodeaban por el lago, conformando con sus trinos una afinada orquesta que inundaba todos los sentidos. Todo un tesoro en el que sólo faltaba el ser humano. Pensaba dedicar la viñeta al océano que separa el tercero del primer mundo, repleto de cadáveres que duermen en el limbo tras realizar su último viaje en patera o fenecer exhaustos junto a las espinosas fronteras. A cien muertos por día en el Mediterráneo, como los cinco argelinos recientemente fallecidos junto al faro occidental del Cabo de Palos. Incidiría en la necesidad de abrir las puertas y las mentes, que es el aire que envolvía a todas sus creaciones. Estaba convencido de que sólo a través de la mezcla de ideas y de colores se obtiene la dimensión exacta del ser humano. Ya lo tenía decidido, liberaría del recuadro a su dibujo y tampoco pondría contorno a Europa y África. Sobre el mar estamparía los símbolos del viento y de las buenas corrientes como nexo de unión entre las dos masas de tierra, provocando el crecimiento de una gran franja verde esperanza en las orillas como fruto de un nuevo tiempo. No podía imaginar que iba a ser su trabajo póstumo, emborronado por una gran mancha roja. Un fanatismo cuyo odio no podrá ni con la libertad ni con el anhelo de un mundo mejor.

Merçi beaucoup Charlie.