Recuerdo cuando, hacia los últimos ochenta, se empezó a exportar eso que algunos nombran como democracia a ciertos países en vía de desarrollo, que viene a querer decir aquellos con grandes riquezas naturales, expoliables a cambio de tecnología de deshecho. Resultaba que lo de las dictaduras ya no era rentable. Los países, víctimas del saqueo de sus gobernantes y de capitanes de empresas multinacionales, se sumían en la miseria con lo cual la deuda externa, incrementada por unos intereses más que abusivos, se volvía no sólo inaceptable sino sobre todo incobrable. Los mercados ya no podían expandirse más allá de sus fronteras, aparte que, cuando se tira mucho de la cuerda ésta suele romperse y nunca se sabe bien qué va a pasar.¡ Lo mismo hasta estalla una revolución!. Así que se decidió que un poco menos de mano dura y una mayor participación de la población en el gobierno, sobre todo la creciente clase media, resultaría bastante más beneficioso.

La ola democrática bañó de ilusiones a los diversos países. Pero con diferentes resultados. En Nicaragua, por ejemplo, el Frente Sandinista que había acabado tras años de lucha con el imperio de los Somoza, ganó varias elecciones aunque, dado que sus planteamientos no se acomodaban con los del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, tuvieron que soportar que las grandes potencias, con Estados Unidos a la cabeza, siguieran manteniendo la guerra civil financiando o apoyando a la Contra. Al final la población le dio la espalda en las elecciones sabedores que esa era la única manera de obtener la paz. Yo estaba en Managua y recuerdo bien los ríos de llanto de los nicaragüenses que habían cambiado sus ideales por el fin del tiroteo.

En Argelia triunfó el Frente Islámico de Salvación. Una opción nada recomendable a mi entender, pero era la que votaron la mayoría de los argelinos. En cualquiera de nuestros países se hubiera respetado su decisión. Allí no. Allí, las presiones de los mercados y la comunidad internacional, obligaron a invalidar las elecciones con el resultado de una guerra civil que costó miles de muertos. Aun así, los medios de comunicación resaltaban que la democracia se había salvado, cuando lo que realmente se salvaba era la exportación, perdón, apropiación, de su rico gas natural, el mismo con el que cocinamos y nos calentamos.

Desgraciadamente son innumerables los ejemplos de que la Democracia que se pretende no es la que se corresponde con su etimología de gobierno del pueblo, sino más bien con los intereses de los amos del planeta. Ahí está el bloqueo a Cuba, las acusaciones de populismo al Gobierno venezolano „probablemente, nos guste o no, el que más elecciones ha ganado limpiamente según los observadores internacionales„, el menosprecio a los habitantes de Crimea que eligieron la secesión de Ucrania, o el apoyo a los talibanes para acabar con el régimen afgano que apoyaba la URSS, durante el cual el burka estaba prohibido y existía la igualdad de sexos.

Y ahora le toca el turno a Grecia. Pero claro, dado que es un país europeo „la geografía, de momento, es la que es„, no se piensa invadir o fomentar una guerra. Aunque, eso sí, se somete a la población a una campaña de terror, amenazándola con el consabido fantasma del hambre y el caos: «¡Qué viene el lobo! ¡Qué viene el lobo y os comerá!».

El lobo se llama Sigryza y parece ser que es a quien más quieren los griegos. Si llega, bienvenido sea. Total ya no queda mucho que comerse. Se lo han zampado los mismos que dicen que la democracia está en peligro si las elecciones las ganan aquellos que la gente vota.