« J. me pega en el colegio todos los días. Siempre lo hace en el recreo de media hora. Le ayudan cuatro amigos suyos». «Me bajaron los calzoncillos, todos se reían (...). Me pegaban cogiéndome de los brazos y piernas y J. me pegaba en la tripa». «J. me tocaba el pito y por eso se me puso rojo». Estas palabras -recogidas por el diario El Mundo- pertenecen a un niño que, cuando las pronunció, tenía 12 años. Ahora, con 15, está en tratamiento psicológico, tiene un tímpano roto y la Junta de Castilla y León le ha reconocido un 33% de discapacidad provocada por estrés postraumático tras años de acoso escolar, conocido como ´bullying´. Conocer estas historias hace que se te rompa el alma, que no entiendas en qué mundo vivimos, que te repugne la idea de que hay ´inocentes´ niños que son capaces de convertirse en monstruos sin ningún tipo de freno. Pero, más horroriza ver cómo en algunos de los colegios donde ocurren estos casos -como en el de este niño- se tapa lo sucedido, se esconde y no se toman medidas. ¿En esa comunidad educativa no hay padres? ¿No hay personas que quieran acabar con esta lacra? «Son cosas de niños», se ha llegado a decir, y esto me pone enferma. ¿Cosas de niños? Perdónenme, pero no.