De todo cuanto ha ocurrido durante la semana pasada (la comparecencia de Jordi Pujol, la dimisión de Ruiz Gallardón, la aprobación de la Ley de Consultas y la convocatoria del referéndum independentista de Cataluña, entre otras cosas) lo más trascendente ha sido la decisión de Mariano Rajoy de retirar el anteproyecto de ley orgánica de reforma de la Ley del Aborto de 2010, una ley de plazos que sustituyó a la de supuestos de 1985.

Acerca de la Ley Aído, llamada así por por la ministra del Gobierno de Rodríguez Zapatero que la impulsó, escribí a los pocos días de su aprobación en un artículo titulado No matarás. Recordaba yo entonces las declaraciones de la ministra Bibiana Aído en las que, sin despeinarse, afirmaba que «para mí, un feto „de trece semanas„ es un ser vivo, claro, pero no podemos hablar de ser humano porque no tiene ninguna base científica» con una frase atribuida a Hitler con la que guardaba cierto parecido: «Es indudable que los judíos son una raza, pero no son humanos», y escribía que, tal vez por ello, alguien había comparado la ley de 2010, que introducía la práctica liberalización del aborto en España, con las medidas nazis en materia de higiene racial y de eutanasia. Sin embargo, precisaba yo, el régimen asesino de Hitler no incluyó expresamente el aborto entre sus muchas culpas, tal vez porque respecto de las mujeres alemanas, lo que interesaba era precisamente lo contrario, el crecimiento y la multiplicación de la llamada ´raza superior´ (lebensborn), mientras que respecto de las demás razas, las formadas por infrahumanos o untermenschen, el aborto se mostraba irrelevante ante la determinación explícita de su exterminio.

En aquel artículo cité a Hannah Arendt, la escritora y pensadora judía, en cuya obra Los orígenes del totalitarismo, concretamente en el prólogo a la tercera parte, recogía la expresión ´delincuente sin delito´, tomada de la apelación formulada por un elemento extraño a la clase, en un juicio de depuración celebrado en la Rusia comunista de Stalin, para definir a cada una de las personas que fueron asesinadas por el régimen soviético sin más culpa que la de ser ´enemigos objetivos de la clase obrera´, dicho sea en el perverso lenguaje bolchevique. No se trataba de una persona ´no culpable´, ni tan siquiera de un inocente del crimen del que había sido acusado, sino de un ´delincuente objetivo´ o, dicho de otro modo, de un ´criminal´ sobre el que no pesaba la existencia de crimen alguno. Se me ocurrió entonces que ésa era justamente la calificación jurídica de los concebidos y no nacidos que estaban siendo abortados: delincuentes sin delitos, cuya única culpa había sido la de ser engendrados.

Contraargumentaba luego la gratuita afirmación de la ministra de que el no nacido no era un ser humano, que los proabortistas fundamentaban en que el Código Civil sólo atribuye personalidad jurídica al nacido que tenga figura humana y que viva veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno (supongo que la ministra no tenía de esto la más mínima noción), y lo hacía formulando varias preguntas a la señora Aído:

¿Ha visto usted, señora Aído, la foto de ese cuerpecito minúsculo nacido tras apenas cuatro meses de gestación, acunado entre las manos adultas de un hombre, que circula por Internet? ¿Diría usted que no es un ser humano o que no lo era unos pocos minutos antes de nacer?

¿Qué es entonces, Bibiana: un tumor, una excrecencia del cuerpo de la madre, un repollo? ¿Sabe usted, señora Aído, que el feto piensa, ríe, llora, siente, sufre, duerme y sueña, como todo ser humano, mucho antes de nacer? ¿No basta eso para hacerlo humano?

Y es que no son razones de carácter legal las que otorgan la humanidad al feto, ni son legales los motivos que proscriben la muerte intencionada de un ser humano. Son razones morales, principios éticos universales que habitan en lo más profundo de la conciencia individual de cada uno y que forman parte imprescriptible de la conciencia común. Las mismas razones morales, por cierto, a las que apelamos los cristianos cuando proclamamos: «No matarás».

Entonces fuimos millones de voces las que se levantaron contra la Ley Aído, tantas que el Partido Popular presentó un recurso ante el Tribunal Constitucional contra la Ley que aún duerme el sueño de los justos, además de incluir en su programa electoral la contrarreforma de la ley del aborto. Es por ello que la retirada del proyecto de ley anunciada por Mariano Rajoy tiene tintes, no ya de promesa incumplida, sino de traición a su electorado, tanto más cuanto que hubiera bastado con derogar la Ley Aído el primer día de legislatura, restaurar la vigencia de la Ley de 1985 y sentarse, entonces y sólo entonces, a dialogar con todo el mundo en busca de un nuevo consenso.

Hoy somos millones de voces las que clamamos, no ya contra la Ley de 2010, sino contra el incumplimiento del Gobierno del Partido Popular. Somos muchos los que encontramos graves obstáculos morales para votar al Partido Popular, inlcuso aquéllos que hemos ocupado responsabilidades destacadas dentro del mismo.

Hoy me veo en la obligación de volver a hacer aquellas preguntas que hice entonces a Bibiana Aído, sólo que en esta ocasión se las hago a Mariano Rajoy: ¿Son seres humanos, señor Rajoy?