Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora con aquella locura armoniosa de antaño?», comienza Rubén Dario su poema De otoño sin saber que, años después, el optimismo se iba a convertir en la nueva religión. No es época de preguntarse por qué está triste la princesa, recreando paraísos inexistentes y aferrándose a la evasión para eludir el compromiso. No hay espacio para el arte por el arte, mientras aumente la pobreza y la desigualdad. Tampoco lo es de realizar encuestas para ver quién da mejor en el cartel electoral en una carrera sin fin hacia las municipales, las autonómicas y las generales, eclipsando, en un bucle infinito, la urgente resolución de los problemas, que sí son de este mundo y más si se circunscribe a las fronteras de la Región de Murcia. Aquí lo único que no se cae en otoño son las hojas.

Lo demás, está por los suelos y ni la lluvia logra limpiar el panorama. Antes al contrario, dejan a la luz nuestras tradicionales deficiencias para afrontar las vicisitudes climatológicas y las no tan lógicas. Ni el empleo ni el agua ni el aeropuerto ni el AVE ni la economía sumergida ni la real. Pero sobre todo, la mayor tormenta recae sobre el estado de bienestar, con unos recortes que fulminan el servicio sanitario, educativo y, ante todo, social. Sin rechistar, Murcia padece la más deficiente atención social de toda España, la menor cobertura para las personas que más lo precisan. A la cola de la cola, nada sobre nada, tan sólo el papel mojado de previsiones realizadas al dictado y de discursos vacíos, como quien oye llover.