Después de un periodo de ausencia vacacional, prolongado seguramente más allá de lo razonable, me veo de nuevo enfrentada a la dura consistencia de los hechos, de eso que llamamos realidad con la intención de traducirla en palabras.

En el tiempo que precede a las vacaciones, a éstas se las espera como un bálsamo que no sólo reparará nuestras cansadas neuronas sino que afectará, por arte de magia, al mundo entero, a esa maraña incomprensible que buscamos deshacer y en la que deshilachamos datos que, siguiendo la huella de los griegos de la Antigüedad, nos permitan dar con la causa de las cosas. En ese tiempo que antecede a las vacaciones y durante éstas, en el subsuelo de la consciencia se instala la estúpida idea de que a la vuelta, los necios y los sinvergüenzas habrán desaparecido y su lugar estará ocupado por personas sensatas y decentes.

Estos delirios vacacionales no necesitan ni siquiera ser desmentidos por los hechos y sólo se disculpan porque de alguna manera hay que descansar. El caso es que a la vuelta constatamos que la estulticia, la picaresca y la vileza siguen en su sitio y que todo se repite. Comprobamos que durante el periodo estival, la gente de derechas se ha dedicado a lo de siempre, a aplaudir cómo los suyos siguen salvando a España de esa peculiar manera que consiste en socavar los cimientos del ´estado del bienestar´. Por su parte, la gente de izquierdas, de vocación universalista, ha encontrado su causa justa del verano en la de toda la vida, la de los palestinos y lo ha hecho a lo bruto porque la gente de izquierdas, como la de derechas, cuando se pone reivindicativa, no entra en detalles ni matices y le importa tan poco alinearse con el antisemitismo como convertirse en defensora de un grupo terrorista.

El caso es que estamos no como estábamos sino peor, porque los problemas que no se solucionan se enquistan y acaban supurando. Aunque hay que reconocer que alguna alegría sí que le han dado los del Gobierno a los suyos con eso de la reforma de la ley electoral municipal. No hay que infravalorarlos porque son capaces de todo, si no tienen suficiente con ser propietarios del poder económico y del judicial, con su mayoría absoluta en el legislativo y el ejecutivo pueden hacer con las leyes lo que les venga en gana. Y lo que les viene en gana es seguir mandando (el verbo no es sustituible por otro), de momento en los Ayuntamiento que tanto dan de sí. Lo malo de la democracia es que, en ciertas manos, parece un saco en el que cabe todo, incluso lo más antidemocrático.

En la otra bancada de lo que los de Podemos llaman ´la casta´, si alguien esperaba algo nuevo del nuevo líder del PSOE, no estará decepcionado. Pedro Sánchez es un tipo con una obsesión, Podemos, pero con otras formas; es un tipo capaz de intervenir en uno de los programas televisivo más vistos a la vez que más denostados de este país, Sálvame. Dado que el PSOE necesita con toda urgencia ser salvado del desastre, el nombre del programa puede haber inspirado a Pedro Sánchez que ha lanzado el órdago de un proyecto de ley contra el maltrato animal. Puesto que si tal proyecto se llegara a votar, en la actual relación de fuerzas, saldría derrotado, el gesto no deja de ser un brindis al sol. Pero en la penuria en la que vivimos incluso los brindis al sol son bienvenidos.

Tampoco se ha movido nada en la cuestión catalana. Mariano Rajoy ha hecho una insólita aparición plasmática, como es usual en él, en la que se ha mostrado más contento que unas castañuelas, más contento incluso que el primer ministro del United Kingdom, Cameron y que la mismísima Queen Elizabeth. Tenemos derecho a preguntarnos por qué sale nuestro Presidente en el plasma a celebrar el ´no´ a la independencia de Escocia, aunque conocemos la respuesta: pese a que los ministros y los numerosos portavoces del PP se han hartado de repetirnos algo tan obvio como que Escocia no es Cataluña, resulta que Rajoy, en su impenetrable mente, si debe pensar que Escocia es Cataluña y que, por tanto un No en Escocia convierte en innecesaria una consulta en Cataluña, veleidad que, por otra parte, nunca tendrá lugar mientras él siga siendo quién es. No me extrañaría que no se entendiera la lógica del razonamiento. Pero no es la mía, es la de Rajoy. Digo yo.