Cinco entradas a Facebook: más de cien post ojeados. Otras tantas actualizaciones de Twitter: aproximadamente unos quinientos tuis leídos.

Cuatro periódicos consumidos (tres digitales y uno en papel): más de veinte noticias seleccionadas. Tres programas de radio escuchados durante dos horas: no las contabilicé pero no creo que informaran de menos de cinco o seis noticias relevantes. Además, crucé diecisiete mensajes (sí, SMS, no uso whatssap desde hace más de un año y soy feliz) con cinco personas. Envié once emails y recibí nueve.

Todo esto, sin contar los mensajes subliminales tipo vallas publicitarias, marquesinas, vinilos en escaparates y un sinfín de mensajes más, es lo que mi cerebro consumió (conscientemente) el pasado jueves, y casi doy por sentado que, por norma, la mayoría de los días de mi vida. Quise hacer un experimento, aspiraba a saber hasta qué extremo somos capaces de asimilar tanta información y que ésta nos resulte de utilidad, pretendía averiguar si los responsables de esa labor, periodistas y publicitarios en su mayoría, hacen bien su trabajo y logran que el mensaje llegue a un receptor que se ve diariamente inundado por una ingente cantidad de mensajes.

¿La respuesta?. Pues no, no lo hacen bien, al menos a mí no me da esa impresión. Digo esto porque tras hacer el sumatorio global de todos esos datos que fui anotando según los recibía, profundicé en mi investigación al día siguiente autoexaminándome a propósito del impacto que me habían causado. Una vez que cuantitativamente tenía las noticias contabilizadas, era el momento de descubrir si cualitativamente ofrecían una estadística proporcionada al elevado número consumido. Después de una hora dedicada al noble ejercicio de recordar, me di cuenta de lo escasamente efectivos que pueden llegar a ser medios de comunicación y soportes publicitarios. Veinticuatro horas más tarde de oír, ver y escuchar misivas de todo tipo, mi mente no daba para detallar poco más un 20% de todo eso. Puede que tuviera un mal día, que no sea muy listo, o que me empiecen a dar fallo de sistema las neuronas que manejan la entrada y salida de información, pero me seguiría pareciendo una cifra bastante escasa.

La cuestión es que todos sabemos que la masificación informativa es una realidad, pero los que manipulan (y que se entienda que esta palabra no tiene ninguna connotación peyorativa) esa información, son los que deberían tener más en cuenta esta circunstancia si de verdad pretenden que quien recibe esa brutal cantidad de noticias sea vea influenciado por ellas. Me pregunto si los grandes grupos de comunicación efectúan ejercicios de esta índole, si están al corriente de lo que necesitan sus audiencias y, en concreto, de cómo lo demandan. Me consta que antes de lanzar un spot publicitario al mercado, las marcas realizan estudios a través de los cuales saben si su posible consumidor estaría interesado en comprar el producto, contactan con las agencias de marketing para que éstas les señalen el camino que hay tomar para que anuncio sea efectivo, pero, aparte de las encuestas que vienen realizando a pie de calle desde hace más de 40 o 50 años, y en las que un avezado jovencito te pregunta con la prisa que requiere el momento qué lees, escuchas o ves, ¿alguien tiene constancia de que televisiones, radios o periódicos realicen movimientos similares? ¿tienen claro los directivos de estos medios de qué forma busca su ´cliente´ la información?

No soy ciego ante la reconversión que viven los medios por su más que evidente y necesario vínculo con la red, es obvio que esa adaptación no es cosa de cuatro días, pero me cuestiono si realmente los responsables de este entramado informativo que nuestra sociedad precisa para desarrollarse en el conocimiento de todo cuanto ocurre en ella saben a dónde van.