Por fin el pintor Antonio López ha terminado, después de dieciocho años, el retrato de la familia real de Juan Carlos I. Un tiempo de pinceladas serenísimas, de altezas en agraz dejando en mal lugar al artista que perseguía adolescencias por los caballetes de su estudio. Dieciocho años son muchos años; la obra ha llegado cuando la majestad es emérita aunque eso ayuda a que pueda mirar el retrato con tranquilidad de jubilado. En el retrato han ido envejeciendo todos; el artista, los personajes reales que son los modelos de un siglo a trasmano de la tradición de hacerse pintar e inmortalizar. Madurez al paso de pequeños toques de pincel, de guiños plásticos buscando una realidad exacerbada, que es la característica de este pintor manchego, de ojos entornados a las luces, hiperrealista de tiempos infinitos delante de un membrillero y su humilde fruto.

Goya pintó a la familia de Carlos IV en un año y poco más, creo, incluyendo bocetos de los que El Prado conserva cinco. Empezaba el siglo XIX en aquel 1800 en el que el aragonés llevó a cabo la obra en un tiempo, que viendo el tomado por López, fue como un vértigo de acción pictórica. Y enseguida, la factura. Goya terminó el retrato colectivo de la familia real en primavera y en la Pascua, pasó la factura de sus honorarios.

Me pregunto: ¿Antonio López facturará la obra fecha del encargo hace dieciocho años o habrá puesto precio según mercado de los años que corren? Diciendo en verdad, es igual; el tema no es relevante porque en el limbo actual del rey viejo poco importa si las monedas llevan su imagen o la de su hijo el joven rey Felipe.

Para eso está la Fábrica de Moneda y Timbre, para hacer cuantos euros hagan falta que le llegarán a López como un premio a la valentía de terminar, por fin, la obra tan esperada. Una pensión generosa en la madurez de su carrera.

El retrato de Antonio López de la familia real española nos recuerda la figura del monarca en los paraísos y júbilo de su abdicación. ¿Qué hace el buen rey? ¿Sueña manadas de elefantes intocables de poderosos colmillos de marfil? ¿Acelera en el garaje aquellas motos de su juventud? ¿Recuerda los vídeos de sus competiciones a vela jugando con los vientos?

El tiempo pasa rápido a excepción del transcurrido por los pinceles de uno de los artistas españoles de mayor arraigo en ese siglo XX, tan extraño a veces cuando se trata de reflexionar sobre la pintura española. Nos gustará ver la obra y observar si ha merecido la pena la espera, si se trata de una obra del artista de madurez o de la misma multiplicada.