Charlando con un buen amigo, en el largo café de cada verano, él se muestra seducido por el giro «evangélico» del pontificado del Papa Francisco (una Iglesia «al servicio de pobres, solitarios, enfermos y marginados», clamaba todavía hace días). A propósito del concepto «evangélico», me permito alertarle, en la charla, de que las dictaduras latinoamericanas, por ejemplo, invocaban el Evangelio no menos que los dirigentes de la Teología de la Liberación. Mi amigo celebra que Francisco parezca dispuesto a liberar a la Iglesia de su obsesión por la moral sexual, poniendo en cambio el foco en los desfavorecidos, y ese es un punto de vista con el que me muestro muy de acuerdo. Si Francisco logra que la ingente cantidad de energía que los aparatos de Iglesia dilapidan en reprimir y controlar el sexo se redirijan de una vez a hacer verdad el amor al prójimo, su papado pasaría a la historia.