Ante lo que está pasando cabe preguntarse si los libios se han vuelto locos. La respuesta es negativa. No se han vuelto locos, simplemente están haciendo lo mismo que han hecho siempre que no han tenido una mano fuerte encima que se lo impidiera. En Libia las lealtades son tribales y no a un estado abstracto heredado de la descolonización. Libia pasó de ser posesión del imperio otomano a una brutal colonización italiana, tras la que alcanzó la independencia con un rey borrachín y jugador al que destronó un golpe de estado en 1969. Desde ese momento Gaddafi gobernó con mano de hierro y con ideas absurdas, hasta que la Primavera Árabe despertó las ansias de libertad y provocó una guerra civil que desencadenó una intervención militar respaldada por las Naciones Unidas y llevada a cabo por la OTAN con ingleses y franceses sacando pecho. Esta operación fue más allá de sus iniciales propósitos humanitarios y acabó derrocando al dictador, que fue asesinado por sus paisanos. Parecía que la libertad podía llegar pero el país no estaba preparado para ella y ademas una vez que Cameron y Sarkozy se hicieron fotos en Trípoli en plan heroico, se olvidaron de Libia y de sus promesas de darle un régimen democrático. Tras más de cuarenta años de las peregrinas ideas de Gaddafi plasmadas en el Libro verde y en su «tercera vía universal», que pretendía ser un camino intermedio entre capitalismo y comunismo, el país no tenía constitución, poder judicial independiente, partidos políticos o sindicatos que le dieran una mínima armazón institucional. El resultado fue el caos. Las milicias que habían luchado contra la dictadura se negaron a disolverse y se adueñaron de parte de los enormes arsenales militares del régimen (la otra parte cayó en manos de bandidos y contrabandistas) y pasaron a ocupar el espacio que los políticos no eran capaces de llenar. Los disturbios alcanzaron especial gravedad en Bengasi, en la Cirenaica, y costaron la vida al embajador norteamericano Chris Stevens en septiembre de 2012. Desde entonces todo ha empeorado. En Libia se mezclan los problemas políticos con las tensiones tribales (ya hubo una sangrienta guerra de tribus en 1936), con las cuestiones religiosas y con intereses económicos y mercantiles.

El resultado es un cóctel explosivo que convierte a Libia en un estado fallido con el gran riesgo que supone que se pueda convertir en nido de terroristas tan cerca de nosotros. No hay gobierno que gobierne y no hay leyes que se respeten. Los campos petrolíferos han dejado casi de funcionar. En época de Gaddafi se producían 1,5 millones de barriles diarios y hoy apenas 150.000. El petróleo es la sangre que corre por las venas de Libia y sin él no hay vida en aquellos inacabables arenales En junio se eligió un Parlamento y una comisión constitucional con el voto de apenas el 20% del censo. Pero las que mandan de verdad son las tribus. Hay 140, siendo las más importantes la Zintán, que respalda a milicias laicas y liberales con apoyo de Egipto y Emiratos, y la tribu Mishrata, que apoya a los Hermanos Musulmanes y tiene el respaldo de Sudán y Catar. Ambas están enfrentadas. Una tercera fuerza la constituyen las tribus bereberes con simpatías por grupos salafistas más radicales. Y además está el general Haftar que intentó dar un golpe de Estado pero no logró suficientes apoyos y ahora combate en Bengasi contra islamistas que quieren crear allí un emirato islámico. El Gobierno pinta muy poco. Es el caos. Todos ellos se enfrentan entre sí no solo por ideología sino por hacerse con el control de puertos y aeropuertos, del petróleo, de los negocios de exportación e importación. Desde julio los combates se han extendido por todo el país con muchos muertos e inseguridad generalizada. La misión de la ONU en Libia (UUnsmil) habla de «crímenes masivos» y el éxodo ha comenzado obligando a los tunecinos a cerrar la frontera ante la llegada de un elevado número de refugiados libios. Se calcula también que unos 50.000 trabajadores egipcios y otros tantos tunecinos han regresado ya a sus países y otros tratan de hacerlo, como los 13.000 filipinos que constituyen el 60% del personal de los hospitales y que si se van pueden crear un grave problema sanitario en el país. España, Italia, Reino Unido, Egipto, EE UU... han cerrado sus embajadas y observan lo que ocurre con preocupación e impotencia porque a fin de cuentas la crisis libia la tienen que resolver los propios libios.

La Unión Europea y EE UU piden un alto el fuego inmediato y la instauración de un diálogo político que dé una oportunidad al nuevo Parlamento y a la comisión constitucional para encontrar un terreno de entendimiento, mientras la ONU ha encargado esta tarea al español Bernardino León, buen conocedor de ese mundo. Juega a su favor que a diferencia de Siria, el Consejo de Seguridad no está dividido en el caso de Libia y eso le permite tener mayor influencia. El problema es que los grupos tribales enfrentados no tienen la mínima base común del respeto democrático por una convivencia civilizada. Lo de democracia, división y equilibrio de poderes, estado de derecho, buena gobernanza etc. es algo que les suena a chino porque nunca la han conocido. La esperanza es que lleguen a la conclusión de que ninguno puede ganar y que les interesa más llegar a un acuerdo. Ojalá.