La privatización, con estivalidad y alevosía, del AVE Madrid-Levante viene a rizar el penúltimo rizo de esta melena afro en que se ha convertido la política impermeable del Partido Popular. Si es usted de los muchos que nos preguntábamos, entre el ensordecedor zumbido de una nube de moscas que nos revoloteaban detrás de cada oreja, por qué seguía Fomento invirtiendo a marchas forzadas hasta 24,5 millones de euros por kilómetro en una infraestructura así, y por qué la decisión estaba blindada contra el debate político y público, bueno, pues ya tenemos la última palabra del crucigrama: «En idioma neoliberal, estafa y robo del dinero público», doce letras, empieza por pri y acaba por ión. Y no es prisión, eh.

A diferencia de otros atracos a mano armada al bolsillo común de la clase trabajadora, como por ejemplo el de la privatización de Catalunya Banc (11.500 millones de euros), este caso llama la atención por ser el primero en que el Estado construye un bien público para transferirlo inmediatamente a un grupo de socios. La operación puede considerarse, pues, tecnología punta neoliberal. El éxito de la misma puede abrir la puerta a, no sé, que le paguemos entre todos un taxi al sobrino del alcalde del pueblo, por ejemplo.

El negocio exige, por desgracia, la complicidad de un buen número de cargos políticos de hasta tres administraciones (en el caso del AVE, la estatal, la autonómica y la local). Es fundamental que todos marquen el paso adecuadamente. Seguro que en ¡Mira quién baila! han tomado nota de la gracia y precisión con que han ejecutado esta yenka (pasitos para adelante, pasitos para atrás) el alcalde Cámara y su concejal estrella (de la muerte), Nuria Fuentes, con manifestación incluida, desde el verano pasado. Su coreografía era la más difícil, pues la ciudad que nominalmente estaban obligados a defender era la más perjudicada por las prisas e improvisación con que había que rematar las obras. Disculpe que no aplaudamos, señor alcalde.