Esto de las plagas es muy antiguo. La Biblia describe las diez plagas que el Señor envió a Egipto para que dejara huir a Moisés, y el Apocalipsis nos informa con todo detalle de las que asolarán la Tierra cuando la venida del Anticristo anuncie el fin de los tiempos. Sus cuatro jinetes, Hambre, Peste, Guerra y Muerte acabarán con todos nosotros en una curiosa manera de preparar el advenimiento del Mesías.

Michael Crichton escribió The Andromeda strain sobre un virus de origen extraterrestre que provoca una pandemia, Elia Kazan dirigió sobre un tema similar Pánico en las calles (que obtuvo un Óscar) y otra película, La Ceguera, se basa en una novela de Saramago (Sara Mago, que decía Esperanza Aguirre) sobre una epidemia que dejaba un rastro de ciegos. De hecho muchas películas como Contagio (Matt Damon), Doce monos (Bruce Willis), Soy leyenda (Will Smith) o Epidemia (Dustin Hoffman) tratan el tema de formas muy diversas, nutriéndose del temor que ha dejado en nuestros genes la memoria de la peste bubónica (la plaga) que arrasaba poblaciones enteras transmitida por las pulgas de las ratas. Se calcula que en el siglo XIV la peste mató de un 30 % a un 50 % de la población europea y el Papa Clemente VI, que estaba en Aviñón, consagró las aguas del Ródano para poder echar al río los cadáveres que era imposible enterrar. Bocaccio, cuyo padre murió de la peste, entretiene con su Decameron a quienes se habían refugiado en el campo para escapar de la plaga y en algún lugar he visto una calle llamada «Por aquí no paso» en recuerdo de una procesión milagrosa que impidió a la peste cruzar al otro lado de la ciudad cuando más arreciaba la mortandad. Hay otras plagas terribles como la viruela (500 millones de víctimas en el siglo XX) o la gripe española que mató a más de 50 millones en 1918, y hoy la malaria (dos millones al año) y el sida (30 millones) siguen matando a mucha gente. Ninguna bomba puede hacer tanto daño como una pandemia y por eso el Premio Nobel de Biología Joshua Lederberg decía que los virus son la mayor amenaza a la dominación humana del planeta.

En 1990 las tropas rebeldes de Charles Taylor entraron a sangre y fuego en Monrovia, capital de Liberia, y le cortaron las orejas y la nariz al presidente Samuel Doe antes de ejecutarle. Yo era entonces director general para África en el Ministerio de Exteriores y tuve que organizar la evacuación de los españoles residentes en aquel país con el intrépido embajador Manuel Luna al frente. Nos ayudó una escuadra norteamericana. En la embajada abandonada se refugiaron entonces multitud de indígenas que fueron masacrados sin piedad por los guerrilleros. Nosotros logramos evacuar a todos los españoles y a otros europeos y sudamericanos con dos excepciones: un funcionario de la embajada, que se negó a escapar y del que nunca se ha vuelto a saber, y los hermanos de San Juan de Dios que regentaban el hospital católico de San José de Monrovia. Recuerdo mis discusiones con el superior de su orden en España, cuando le decía que entendía que aceptasen gustosos el martirio, pero que comprendiera él también que mi obligación era evitar que murieran compatriotas. No le convencí y se quedaron para tratar de proteger a la población. Sigo admirando aquella decisión.

Hoy los hermanos de San Juan de Dios continúan en Monrovia ocupándose de los más desfavorecidos, pero su hospital ha tenido que cerrar porque su director, el hermano Patrick N'Shamdze ha muerto por el virus de ébola mientras atendía a pacientes infectados que a su vez han contagiado al superior del hospital, el sacerdote toledano Miguel Pajares „también fallecido„, y a dos misioneras de la Inmaculada Concepción que allí trabajaban.

El ébola se dio a conocer en el Congo en 1976 (causó 280 víctimas) y en este nuevo brote, iniciado en una zona rural de Sierra Leona, ya ha matado a casi 1.000 personas y hay otras 2.000 infectadas. Provoca hemorragias frente a las que no hay vacuna, su tasa de mortalidad es muy alta y su origen parece encontrarse en ciertos murciélagos. Se transmite por contacto con la sangre o secreciones de personas infectadas, su expansión se ve favorecida por la globalización, por la ignorancia, por las prácticas de besar y lavar los cuerpos de los fallecidos antes de enterrarlos y por el ocultamiento de casos por familiares temerosos del aislamiento social. Como consecuencia el ébola se extiende hacia Liberia y Guinea Conakry con mayor rapidez de la que la OMS es capaz de combatirlo y ya ha llegado hasta la lejana Nigeria.

Casi un 10% de los fallecidos son personal sanitario y hoy quiero rendir homenaje a esta gente que lucha denodadamente contra esta mortífera epidemia con muy pocos medios, mientras nosotros estamos de vacaciones. Los doctores Brisbane y N'Shamdze, de Liberia, o Umar Khan, de Sierra Leona, fallecidos como muchos otros médicos, enfermeros o misioneros anónimos que tratan de evitar que esta pandemia se extienda y siga matando. Mientras los extranjeros huyen de Liberia como de la peste (y nunca mejor dicho), un equipo de la Cruz Roja Internacional liderado por españoles está montando un hospital en el centro de la zona más infectada de Sierra Leona. Vaya hacia ellos y a otros como ellos mi admiración y mi respeto porque no cabe duda que algunos seres humanos son mejores que otros. Mucho mejores.