Me subo al tren a las 9.45 horas de la mañana. El vagón es viejo, las paredes son de moqueta, de esa que da repelús, la megafonía está rayada y la señora -así es como llama mi padre a la grabación que avisa de la próxima estación- se repite una y otra vez. Acomodada, me preparo para ver el peliculón que hará mi viaje un poquito más llevadero. Enchufo los auriculares -por suerte los míos funcionaban- y me quedo atónita al ver empezar un capítulo de El Mentalista. -¿Pero a quién se le ocurre poner un capítulo de una serie?-, le pregunto al revisor, a lo que me contesta que «es lo que hay». A las 17.15 llego a mi destino, unas siete horas y media de viaje nada más. Este es el trayecto que tenemos que hacer los murcianos para viajar a Barcelona en tren por 90 euros, ida y vuelta, y esta es la flota de locomotoras que disponemos en la Región. Un estampa que bien podría encajar en cualquier película de los años sesenta y donde subiría a más de uno... Esto me recuerda que hace diez años viajé desde Aviñón a París en el TGV -la alta velocidad francesa- en cuatro horas, una distancia de casi 700 kilómetros. Hoy, en el 2014, esto en Murcia sigue siendo una utopía.