A menudo tengo la sensación de que toda mi vida ha viajado en ascensores. Entre mis primeros recuerdos me veo en el interior de uno de ellos, bajo la mirada reprobatoria de dos señores con corbata y con un reguero de pis deslizándose entre mis muslos hasta formar un charco en el suelo. Años más tarde, en otro, conocí a la que sería mi esposa. ¿Subes o bajas?, me dijo. Subo, yo siempre subo. Y en ese mismo ascensor concebimos mucho después a nuestro hijo, mientras viajábamos desde el sótano al séptimo cielo. Fue en uno muy parecido donde cometí mi primera infidelidad. Nos pasamos semanas enteras arriba y abajo. Y en otro más frío, totalmente metálico y sin espejos, mi jefe me confesó que ya no podía contar más con mis servicios. Actualmente paso mucho tiempo encerrado en casa, pero a diario, para bajar al parque, tomo el ascensor con el niño. Él teclea aleatoriamente los botones y, en ocasiones, al abrirse la puerta, encontramos dentro a algún vecino. ¿Subes o bajas?, me preguntan. Y yo ya no sé qué contestar.