Este fin de semana, una conocida empezó una frase diciendo: «Cuando salí de votar€». Me extrañó, porque esta chica nunca se ha interesado en política. Es algo locuela, despreocupada€ En fin, tiene un punto choni considerable, para qué nos vamos a engañar. Pero la conozco desde hace tiempo, es buena persona, y nadie ha dicho que debamos relacionarnos sólo con físicos teóricos. Hay un momento para cada cosa.

El caso es que me sorprendió su comentario (no ha votado jamás), así que le pregunté€ Y me dio la tarde. Cuándo aprenderás a callarte, Salva.

„Es que ahora soy empresaria, ¿saes? O sea, que me conviene votar al PP, me favorece.

«Qué sabrás tú, alma de cántaro», pensé. «También crees quete favorece poner morritos cada vez que pasas a menos de cinco metros de una cámara. Qué sabrás tú».

Joana (llamémosla así) es autónoma. Hace unos años montó una peluquería en la que trabaja de martes a domingo, diez horas diarias. Lo que gana se lo come el alquiler del negocio. Por supuesto, no le llega para contratar a nadie, ella es su única ´empleada´. Ni siquiera le alcanza para pagarse una canguro, por lo que, cuando el abuelo no puede quedarse con su niña, la tiene allí, en la peluquería, berreando mientras su madre corta, tinta o lava cabezas. Aunque acaba de cumplir los treinta, ya sufre de problemas en las piernas y la espalda por pasar tanto tiempo de pie.

Vive con su padre, que gana también lo justo. Siempre han sido una familia de clase media, descolgada estos últimos años a la clase media-baja. Lo de irse de casa es el sueño del príncipe azul, versión de barrio: la única posibilidad pasa por echarse un novio que se la lleve a vivir con él. No es fácil, porque Joana busca un tío con trabajo, que sea por lo menos resultón, que no se gaste el dinero de ambos en drogas y alcohol, que quiera a su niña y que la quiera a ella. Todo por ese orden.

De modo que al oírla referirse a ella misma como ´empresaria´, me deprimo. No porque no lo sea; si nos atenemos a la definición de la RAE, sí, es empresaria (cuarta acepción). Lo que me deprime es su convencimiento de que votar al PP (dejando aparte que eran unas europeas, de lo que no sé si se había enterado) beneficie a este tipo de ´empresarios´ en algo. Lo pongo entre comillas porque el imaginario colectivo de esta palabra es el de alguien con empleados a su cargo, un ´patrón´, y no es el caso. Los autónomos solitarios, los autónomos emprendedores, que son legión, no tienen nada que ver con un patrón, están en el otro extremo, son tan currantes como el que más. Por lo tanto, que gobierne el PP no les beneficia en nada. Al contrario.

A quienes sí beneficia es a los grandes empresarios (cuanto más grandes, mayor beneficio). Para ellos se ha hecho la reforma laboral, para que puedan tener a sus trabajadores acobardados, sumisos, permisivos con cualquier abuso, con la espada de Damocles del despido casi gratuito y el paro oscilando permanentemente sobre sus cabezas. Para estos empresarios (que muchas veces, no nos olvidemos, son políticos) se hizo la amnistía fiscal. En atención a ellos no se persigue el fraude millonario.

También me deprime el egoísmo que destila nuestra sociedad. No es la primera, ni será la última persona que me dice algo parecido. Cuando empezó a irme bien con la empresa, muchos me hicieron la misma gracia: «Ahora votarás al PP, ¿eh, rojeras?». No le daría mayor importancia, si no fuera porque detrás de la bromita de marras hay un poso de verdad, de lo que ellos harían en caso de verse en la situación. Y aquí ya no me refiero a gente de limitada cultura y escasos conocimientos.

Si de verdad tienes conciencia, esta vez no de clase, sino social, ¿por qué vas a ignorarla sólo porque la vida te coloque en una situación de privilegio?

A Joana le vendría bien recordar una de esas frases atribuidas a Sócrates: «Conócete a ti mismo». Pero a ella, el templo de Delfos y la espada de Damocles le suenan a chino, en vez de a griego. Y de eso se aprovechan aquellos que la engañan.