Como hemos visto en las entregas anteriores, la sanación de este tipo de traumas es compleja y engloba factores personales, familiares, jurídicos, políticos y sociales. Por eso se necesitan intervenciones coordinadas y servicios con equipos de tratamiento multidisciplinares. Éstos, antes de la crisis económica, ya eran escasos.

Eso no quiere decir que no hayamos avanzado mucho, en los últimos años, en los tratamientos psicológicos y se hayan conseguido buenos resultados, sobre todo con los más jóvenes. Pero otra dificultad que ofrece la sanación de los traumas es que se reviven en los aniversarios de los atentados, o ante cualquiera noticia en la prensa o en la televisión relacionada con el terrorismo, o ante la próxima llegada de las navidades. Resulta significativo que, desde que comenzaron las excarcelaciones por la derogación de la Doctrina Parot, la Asociación Nacional de Víctimas del Terrorismo ha recibido más de 3.000 llamadas de sus asociados solicitando asistencia psicológica.

En España faltan muchos elementos para que la víctima pueda recorrer el camino hacia su curación. Lo primero que necesitan es un reconocimiento del sufrimiento y el malestar que han padecido, tanto por parte de las instituciones como de la sociedad en general.

El sufrimiento generado por el trauma psicológico tiene una doble vertiente. Hay un sufrimiento que se enquista, que hace que la persona se encierre, se aísle, se ponga rígida, desconfiada y a la defensiva. Es presa de un miedo tremendo a volver a sufrir y del odio y el resentimiento. Ese sufrimiento paraliza y/o lleva a asumir actitudes vengativas. Por lo tanto, enferma y destruye. Desde la Psicología Social se sabe que el abandono, el maltrato y el desamparo político y social contribuyen a mantener y agudizar ese sufrimiento. Pero también la manipulación política de las emociones, la utilización del dolor, del miedo y del odio conducen a agravar la situación. En España han ocurrido estas cosas en el trato hacia las víctimas del terrorismo durante demasiados años.

Hay otro modo de vivir el sufrimiento que humaniza, que flexibiliza, que ofrece la posibilidad de que el amor, la apertura y el altruismo aniden de nuevo en el corazón del hombre. La historia está llena de estos ejemplos. Los judíos que sobrevivieron al holocausto nazi son un buen ejemplo. Muchos de ellos superaron estos traumas terribles, aportando su experiencia en los colegios alemanes para evitar que el horror fuese reproducido.

En una entrevista, la superviviente de Auschwitz Eva Mozes Kor cuenta que siendo una niña fue llevada al campo de concentración y nada más llegar asesinaron a sus padres y hermanos mayores. «He sobrevivido a los experimentos médicos que se ejercían en Auschwitz en gemelos y he perdonado a los nazis. Preguntadme lo que queráis». Los experimentos consistían en inyectarle enfermedades, virus y drogas. Tenía que estar de pie, desnuda, durante más de ocho horas. «Eso era muy humillante, incluso en el contexto de Auschwitz».

Ella recorrió un largo camino psicológico y en enero de 1995, cincuenta años después de la liberación, regresó a Auschwitz. Con ella se llevó a uno de los médicos de la SS que ejercieron en el campo y que ella misma había encontrado dos años antes. El médico le firmó una declaración jurada donde declaró lo que vio y lo que hizo. Ese mismo día, Eva Mozes Kor perdonó públicamente a todos los nazis. Por este gesto, otros sobrevivientes del holocausto le criticaron.

«¿Qué significa el concepto del perdón para usted?», le preguntaron en la entrevista. «Perdonar no significa olvidar. Perdonar es un camino, curarse a sí mismo del dolor, del trauma y de la tragedia. Es un camino para liberarse a uno mismo. El concepto del perdón no tiene nada que ver con los verdugos. Se trata, exclusivamente, de la necesidad de la víctima de liberarse del dolor».

A mi modo de ver, la elección de cómo canaliza la víctima su sufrimiento no es, en exclusiva, una cuestión individual, ni familiar. La posibilidad de la transformación, la posibilidad de sanar y crecer con el sufrimiento tiene que ser facilitada por la sociedad. En ese camino, el perdón que libera puede ser la última etapa y es un proceso en sí mismo. Aunque no hay acuerdo en la Psicología acerca de si el auténtico perdón es imprescindible o no para la recuperación, es cierto que, en caso de producirse, es una liberación para la víctima. Pero incluso el perdón tiene que ser facilitado socialmente. Aquellos que han inflingido el daño tienen que arrepentirse y reparar la ofensa de alguna manera. En España, muchas víctimas del terrorismo tienen las heridas demasiado abiertas. Esto hace que, en muchos casos, no puedan seguir avanzando y sanar.

Es cierto que en esta última etapa hacia la paz, estos sentimientos de dolor, miedo, indignación, odio y desconfianza enquistados no pueden marcar la dirección, pero tampoco pueden ser ignorados. Tampoco puede sacrificarse a las víctimas y su sufrimiento. Entre un extremo y otro, hay una amplia gama de posibilidades. En una sociedad de tolerancia y paz verdadera todas las voces tienen que ser escuchadas si queremos llegar a una auténtica conciliación. Y las víctimas han sufrido demasiado, tienen mucho que decir. Si se les da la espalda, el daño psicológico se agravará y los pondremos en una situación emocional que les impedirá seguir adelante. Quedarían presos, una vez más, del aislamiento y la marginación.

Como sociedad, lo ético y humano es brindarles la posibilidad de salir de ahí. Es justo ofrecerles la posibilidad de sanar, de evolucionar, de crecer. Pero, además, y no por ello menos importante, proporcionarles la oportunidad de aportar sus experiencias. Quien ha salido de las tinieblas, quien ha transformado la oscuridad en luz, posee una sabiduría y una humanidad nada desdeñables. ´Recuperarlos´ significa, también, aprender de sus aportaciones para construir una sociedad mejor.

La primera y segunda entregas de esta serie se publicaron los viernes días 21 y 28 de marzo respectivamentre.