Opinión

Fernando Gimeno Arias

La libertad comercial como ejercicio liberal

Si tuviéramos que elegir la frase más abominable de la historia de la humanidad, mi candidata número uno sería sin duda aquella que afirma que «el fin justifica los medios». Esta es la filosofía que subyace en aquellos que, con un mal uso de su poder, decidieron limitar los horarios de aperturas comerciales esgrimiendo un argumento tan pobre como frágil: la protección de los pequeños y medianos comerciantes. En lugar de proteger la actividad comercial de éstos mediante un sistema fiscal o de cotizaciones a la Seguridad Social más adecuado, el mínimo razonable, han preferido salvaguardar sus negocios ahorrándoles el coste que les supone competir con los grandes comerciantes y hacerlos con ello menos competitivos.

Llevo trabajando en distribución comercial el tiempo suficiente para ser conocedor de que, aunque la venta a corto plazo pueda depender en momentos puntuales de la decisión de abrir más tiempo al público que tus competidores, a medio y largo plazo el volumen de negocio de un comerciante depende exclusivamente de lo que la lógica económica impone a partir de elementos como la gestión, la visión y la lucidez comercial. ¿Acaso no tenemos todos claro qué lugares son los que libremente elegimos para realizar nuestras compras de alimentación, ropa o electrónica? Y, ¿no es más cierto que los horarios de apertura sólo modifican nuestras intenciones de consumo en las compras de urgencia? Si la respuesta es afirmativa en los dos casos, está claro que el grueso de nuestro consumo no lo guía el horario sino nuestras preferencias o contingencias, y la flexibilidad horaria es un servicio para el consumidor y nunca una redistribución de hábitos de consumo como pretende la filosofía de la restricción.

La defensa de la liberalización de los horarios de apertura comercial descansa sobre tres principios que algunos consideramos básicos: legal, económico y filosófico.

Desde un punto de vista legal, la Constitución española, en su artículo 38, consagra la libertad de empresa dentro del marco económico vigente, en nuestro caso el libre mercado. Precepto en el que profundizan los códigos civil y mercantil dotando a instituciones y particulares de la libertad de contratar. En este sentido me surge otro interrogante: ¿no forma parte de la libertad de contratación hacerlo en el horario al que cada uno le plazca? Obviamente, con el debido respeto a la innegable capacidad de elección de vendedores y compradores.

La coherencia económica nos provee del siguiente argumento: la salvaguarda de cualquier negocio está únicamente sujeta a los dictámenes del mercado. Pretender que una actividad económica sobreviva al margen de éste nos conduce a prácticas que empobrecen las economías de los países y que han demostrado una eficiencia cuestionable en algunos de ellos, desencadenando su desmoronamiento y reconversión a finales del pasado siglo o, como en el caso de China, en la última década.

El filosófico es, desde mi punto de vista, el argumento más contundente. La limitación de libertades individuales no conduce a la libertad colectiva, por la misma razón que, en términos científicos, partiendo de una falsedad no se puede concluir una verdad, si el proceso es coherente. La limitación de la actividad humana en el ejercicio de su libertad supone caminar hacia el totalitarismo. En este sentido recomiendo la lectura de uno de los libros que goza de mayor reconocimiento y respeto, incluso en aquellos que no comparten su ideología, Camino de servidumbre (F. A. Hayek, 1944).

Estos argumentos nos conducen a la conclusión de que ninguna restricción al libre comercio, y menos la horaria, contribuye a su desarrollo. El futuro de las empresas que operan en el sector de la distribución pasa, con independencia de su tamaño, por una gestión eficaz con la que se exploten las habilidades comerciales y no por una tutela donde se restrinja el ejercicio de la libertad empresarial y, como daño colateral, la libre elección del consumidor. Además, en tiempos de alarmante contracción de la demanda, ¿no es momento de ponerlo más fácil a los escasos y empobrecidos consumidores?

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