La literatura, como los sueños y los recuerdos remotos, tiende a fundirse y a difuminarse en el caldo de la memoria como si de un acontecer cotidiano se tratase, y lo que leemos se confunde con lo que vivenciamos, si es que en el fondo no son experiencias idénticas.

En la literatura jamás un personaje tuvo más protagonismo que la mujer amada. Desde aquella Elena robada por troyanos sobre la que se edificó la literatura occidental hasta las actuales novelas que incluyen elementos románticos en sus argumentos como aliciente para todos los públicos. Pero hay otras mujeres, más sutiles, que pueblan la literatura. Me refiero a las mujeres literarias sin carne pero vivas e imaginadas por otros seres de ficción. Mujeres fantasmas, irreales, soñadas por otros personajes. Sus nombres, por pertenecer a la familia de las palabras, se funden con el texto y se agarran a nuestra frágil memoria de ficción.

Aunque sus leves imágenes, sus labios o sus voces ya hayan sucumbido a la más triste, silenciosa y dulce de las muertes „que el irrevocable olvido impone„ de algún modo siguen vivas en nosotros. De esas diosas de papel y fluctuantes imposturas que cicatrizan las heridas del amor literario hay unas pocas que quiero rememorar, que quiero rescatar de ese limbo secreto de mis lecturas personales. Si fuesen menos reales quizá no fuese necesario el tributo. Hermosas mujeres que ni siquiera llegaron a ser ´reales´ en su propio mundo ficcional. Mujeres que fueron tan solo intuidas o soñadas por otros personajes de ficción.

¿De dónde surge esta transfiguración onírica de la mujer? Es conocida la situación de la mujer en la literatura medieval. Debido al auge del fervor por la Virgen María, entre otras cosas, se sublimó la figura femenina y apareció el amor platónico como ingrediente principal en los romances de caballería. La mujer y el hogar se transforman en el ideal descanso del guerrero como anverso de la batalla, del violento mundo del caballero. Esta mujer idealizada y sutil es satirizada en Don Quijote a través de Aldonza Lorenzo, Dulcinea del Toboso, efímera mujer que no participará en la trama novelesca sino en la febril mente de Alonso Quijano. Es Aldonza, por lo tanto, la primera figura femenina inexistente del panorama literario en occidente.

Otros amores imaginarios han sucedido en la historia de la literatura. El amor es una de las formas que tiene la locura, parecemos entender con el Quijote. Analogías encontraremos en la vida y obra de Gerard de Nerval, en concreto en su nouvelle Aurelia, en la que el protagonista, alter ego de su autor, entrevé a una mujer con la que contraerá una obsesión enfermiza, le provocará pesadillas y con la que experimentará extrañas percepciones. Y es que la novela corta no es otra cosa que un trasunto desquiciado de la vida del propio Nerval, quien sufrió la locura y los delirios del amor no correspondido.

Es evidente la conexión entre Nerval y Poe, otro escritor maldito que soñó con amadas fatídicas y quien llegó a afirmar que la muerte de una mujer era el asunto más poético del mundo. Otro ejemplo de este tema onírico-amoroso en el que la locura transforma la imagen de la mujer amada en realidad presente se puede rastrear en un relato de Villiers de L´Isle-Adam titulado Vera y que cuenta la obsesión de un joven conde por su recién difunta esposa. El conde, obcecado y ciego por la pasión, parece obviar el fallecimiento de su querida mujer y ante sus ojos «hecha de voluntad y de recuerdo» se presentará con una sonrisa voluptuosa y repleta de sensualidad. Un amor visionario que trasciende la lógica y la vida como anuncia la frase que abre el cuento: «El amor es más fuerte que la Muerte€».

Para acabar este recorrido por las mujeres inexistentes que perduran en mi memoria confusa de lector comentaré a dos autores hispanos: Adolfo Bioy Casares y José Bianco, dos argentinos universales que continuaron la costumbre de soñar mujeres irreales para encarnarlas en nuestras imaginaciones. El primero firmó un cuento titulado En memoria de Paulina. En esta magistral pieza breve el narrador protagonista conoce a una tal Paulina. Tras un tiempo sin verse, ella se le aparece. Todo parece indicar que podría ser un fantasma pero al final se averiguará, gracias a algunos indicios que Bioy Casares presenta de forma perfectamente dosificada, que la imagen de Paulina es la que se trasmite a través de los recuerdos de un tercero. Estamos, pues, ante una vuelta de tuerca en el asunto de la mujer soñada. La mujer soñada que se presenta a través de la memoria prestada de otro. Bioy también trató el deseo por una mujer irreal en La invención de Morel, novela corta en la que el protagonista se enamora de una imagen producida por un artefacto mecánico.

Por último me referiré a José Bianco, quien en su breve novela Sombras suele vestir existe la presencia ambigua de una tal Jacinta Vélez, mujer que a ratos nos parece real y a ratos imaginada. Es esta historia, posiblemente, la que más se aproxima al mundo de los espíritus y lo sobrenatural, pero su carácter impreciso y vago hace que merezca incluir a Jacinta Vélez en este recuento de féminas de la improbabilidad.

En esa vaguedad, característica que tiñe todos los relatos anteriores, bucean las sombras desnudas de estas damas imperfectas, fantasmales y enigmáticas, hijas de la mejor literatura, la literatura que entronca con lo irreal, con el amor más frágil, con el deseo hecho fantasmagoría. Fueron soñadas, imaginadas, anheladas o inventadas por hombres de papel, por invenciones de otros autores que, como en Las ruinas circulares de Borges, son sueños de un tercero.