La última vez que estuve en Cataluña no recuerdo ni un mal gesto de ninguna de las personas con las que traté cuando, ante sus preguntas en catalán, les repreguntaba yo en español para que me tradujeran lo que acababan de decirme. Todo fue amabilidad en mercados, tiendas, hoteles, bodegas, restaurantes, librerías, museos, taxis y autobuses y todos los ciudadanos a los que interpelé en español, me respondieron en el mismo idioma con ese inconfundible acento, fácilmente imitable. Me acordaba de esa estancia y de otras de las que he disfrutado en tierras catalanas cuando veía la foto de la pandilla disfrazada de políticos que el jueves volvió a abrir todos los medios digitales de este país, fue portada de la mayoría de los diarios nacionales al día siguiente e incluso se coló en un breve en The New York Times. Y se me mezclaban ambas imágenes -la de la Cataluña real vivida en mis estancias en ese gran lugar y la de estos individuos que tienen un espacio propio en decenas de medios de comunicación de este país por anunciar una y mil veces que van a incumplir la ley- y pensaba en la frase que escupía Unamuno, harto, sin duda, de tanta estulticia colectiva: «Me duele España».

Y ya está bien. Deben saber que ya han llegado demasiado lejos en su locura y que en el resto del país, del que forman parte, mal que les pese, estamos por enfrentarnos, con mejor o peor suerte, a los problemas cotidianos que nos duelen a todos y no a las ocurrencias de unos cuantos que usan la demagogia y la mentira en beneficio propio para perpetuarse en el poder político como una forma de vida. Por una vez, aunque nos sorprenda, Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, estuvieron a la altura de las circunstancias y actuaron tal y como se espera de ellos frente al problema político más grave al que se enfrenta nuestra democracia. Todos (los convocantes incluidos) sabemos que la consulta no se hará. Entonces, ¿para qué seguir gastando energías que podrían emplearse en los gravísimos problemas a que se enfrenta la sociedad de Cataluña? Muy sencillo: los políticos independentistas tienen que seguir ganándose su sueldo y su poder omnímodo en la vida catalana.

Decenas de artículos en prensa, minutos interminables en televisión y radio, páginas y páginas de Internet nos han machacado en apenas tres días (no cuento todo lo que ha habido antes, que también es excesivo) en el inicio de lo que se avecina como uno de los mayores calvarios a los que nos veremos sometidos los ciudadanos de este país. Y es solo el inicio del calvario hasta noviembre del próximo año. Yo también he caído en la trampa, pese a que siempre me he autoimpuesto evitar temas que son sinónimo de pérdida de tiempo. Pero creo que no podemos permanecer en silencio y tenemos que animar y amparar a la mayoría silenciosa de los catalanes que también está harta de tanta enajenación.