Cuando el Concilio Vaticano II fue tomando fuerza, a principios de los años 60 del pasado siglo, los tiempos ya estaban cambiando, y las ideas progresistas en marcha. La Iglesia supo detectar las nuevas energías que surgían en la sociedad, las usó con provecho y ayudó de forma indudable a eliminar bloqueos. Pero lo que ahora empieza a suceder con Francisco es cosa distinta.

El mar parecía quieto como un lago siniestro, paralizado por el veneno del discurso único de la economía y el retorno de los corsés morales, con la izquierda noqueada. Alguien pensaba que era la calma que precede a una buena tormenta, pero el viento no acababa de soplar.

En esto llegó Francisco, y soplido a soplido, una declaración aquí y otra allá, está desatando un vendaval que transciende con mucho el ámbito de la propia Iglesia. El genio ha salido de la botella, y puede pasar cualquier cosa. ¿Es ingenuo verlo así?