Trabajo en el instituto Miguel de Cervantes, muy cerca de este periódico, en la avenida del escritor alcalaíno. Al barrio se ha venido a vivir, desde hace un año, Andrés Salom, el poeta y columnista de La Opinión. Ha hecho creer que está suficientemente mayor para que sea cuidado en una residencia de ancianos, y se las pasa en grande, el tío Andrés, leyendo al sol, por las mañanas, o a la sombra, si es verano, en la terraza de la residencia. Le recordé, la primera vez que fui a visitarlo, que le habría envidiado el mismísimo Pablo Neruda, quien hubiera cambiado el título de su obra Residencia en la tierra por el de Residencia en la edad de oro, y en vez de imágenes cortantes y duras, hubiera escrito de enfermeras con cuerpos dorados, de jóvenes y expertas doctoras de bucles divinos y de alguna jovencita filipina que pasea a su señora impedida por el patio, para que no falte el punto exótico a lo picante y vital del medio ambiente de la residencia.

Ésa deja una estela en popa que raya la mañana dice el poeta.

De Andrés nunca he sabido su edad geológica; se instaló, desde que lo conozco, en una edad aproximada, fotográfica, de varón maduro. En una ocasión, hace ya quince años, en que asistíamos los dos a una cena donde debíamos pagar cada cual el cubierto, le oí tirar de su habitual ironía y, con su acento mallorquín, que no ha perdido a pesar de estar viviendo en Murcia desde que llegó con el infante Pedro allá en el siglo XIII, dijo a la camarera: «¿Qué, no hacéis una rebaja a los de la tercera edad?». A lo que la joven respondió: «Cuando se te note, Andrés».

Verdad es que otros días en que he ido a visitarlo le he notado algún signo que otro de haber entrado en tercera, pero lo mismo puede haber cambiado a una cuarta o quinta edad, porque este hombre es de raza longuínqua. Mantiene una lucidez de castor saltando por encima de la corriente de tiempo. Mucho tiene que ver con esa juventud peremne su afición constante a leer, porque no para de leer en la residencia, incluso lee en su memoria todo el rato, y te recuerda frases enteras de Rulfo o de García Márquez, o de la Yourcenar, que lee en francés.

Una tarde de Bando de la Huerta fui a visitar a Andrés a su domicilio, en una de las casas bajas del barrio del Infante; por allí empezaba el ronco tropel huertano. Y me lo encontré paseando con un libro por la acera de su calle: estaba leyendo una novelita francesa que le había traído de París Francisco Jarauta.

Mi más reciente visita al poeta y lector ha sido esta semana. Para mi sorpresa, me pidió un cigarrillo y se lo fumó enterito, con el mejor estilo de Bogart, delante de los médicos y enfermeros frente de nosotros en la terraza. Yo, que me estaba reprimiendo de fumar en el recinto, además de darle uno le puse en el bolsillo, con cierta clandestinidad, medio paquete de Pallmall: «Dosifícalos», le dije con cierta culpabilidad, cuando ya Andrés exultaba humo. «¿Qué estás leyendo, ahora, Andrés?», le pregunté, y me dijo que «una novela francesa que he encontrado en la biblioteca de la residencia»; y, como esperaba, también otras de García Márquez y de Juan Rulfo, el mexicano que solo escribió Pedro Páramo. «Cada vez tengo más claro que Gabriel es el escritor de nuestra época. Solo puede haber otro mejor: Juan Rulfo, pero escribió muy poco». Ya. Las novelas francesas las regaló Andrés a la biblioteca de la residencia de ancianos, junto con una buena parte de sus libros.