En la serie de Antena 3 El secreto de Puente Viejo, que dirige el murciano Pablo Guerrero con un éxito formidable (han superado los 640 capítulos en la emisión de la sobremesa), el personaje cómico de la obra, Hipólito Mirañar, ha practicado el raro oficio de afinador de aldabas, lo que, dentro de la rareza del 'instrumento', parece posible. ¿Qué se ha hecho de las aldabas, de aquellas aldabas grandes y rústicas, pequeñas o elegantes, de madera o de metal, que ornaban nuestras puertas? Hasta en pueblos pequeños como el de mis padres, Puerto Lumbreras, eran frecuentes. Las había utilitarias, construidas en serie, y las había caprichosas, delicadas, con el sello personal e intransferible de la obra de artesanía. Estoy por decir: de la obra de arte. Porque había aldabas que eran verdaderas joyas artísticas.

Sonaban unas con ruido sordo, como redoble de tambor, y emitían otras una música en clave que era en sí misma como una voz amiga diciéndonos: «Soy yo». Y es que había algo de tarjeta de visita, de presentación personal, en el hecho de llamar a una casa haciendo repiquetear la aldaba. Cada aldabonazo solía anunciar, claramente como si hubieran pronunciado su nombre, al cartero, al amigo, a los vecinos. Las aldabas eran como liras elementales que cada cual pulsaba a su modo, con estilo propio. ¿Qué se ha hecho de aquellas aldabas colocadas en las puertas de nuestras casas al lado de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, aquellas que a veces tenían forma de mano y que, al apretarlas, parecían heraldos de una cordial y anticipada bienvenida?

«Pero el timbre, amigo, es más eficaz», me rebate alguien. «¿Recuerda cuando al llamar a un vecino a aldabonazos se molestaba a todos los demás? ¿Ha olvidado lo ruidosos e inciviles que sonaban los aldabonazos en el portal?». Y sí, tiene razón. Es más cómodo el timbre, sí. Y más educado, sí. Y más eficaz, sí. Pero es también más frío, más impersonal. Con el cambio se ha perdido en entrañabilidad lo que se ha ganado en eficacia. Se me ocurre que la aldaba es como la carta amiga y el timbre como el inesperado burofax, la orquesta y el fonógrafo; que la aldaba es, en fin, como la rosa, y el timbre como la flor de plástico. Literatura, amigo, pura literatura€Sí, tal vez. Pero a la vida nuestra de cada día, cada vez más fría y despersonalizada, ¿por qué no echarle un poco de literatura, un poco de encanto? Está bien que los guionistas de la serie se hayan acordado de las aldabas y su cordialidad, del acento artístico y humanizado.