Keynes fue uno de los más grandes economistas del siglo XX. Además, tenía una magia personal innata que le permitía hipnotizar a todo aquel que tuvo la oportunidad de coincidir con él, independientemente de su clase, raza o religión. De ahí que, nuestros profesores universitarios, políticos y ´líderes´ de opinión hayan extraído de sus discursos determinadas frases de gran impacto pero, se suele apostillar, con dudoso trasfondo.

Insisten sus seguidores e incluso los que se manifiestan en contra de sus teorías, en que el papel del Gobierno ha de ser el de actuar de manera contracíclica, es decir, gastar menos cuando todo va bien y gastar más cuando los mercados se resienten por crisis económicas.

Cuando realizamos teorizaciones matemático-económicas, con las conclusiones preestablecidas, cierto es que, a buen seguro, encontraremos ´recursos ilimitados´ para demostrar dichas teorías. Suponen algunos, siguiendo esta práctica, que los Gobiernos disponen de recursos ilimitados para gastar. Y eso no funciona así.

El crédito no fluye, eso está claro y nadie lo pone en duda. Desde la actual configuración otorgada a nuestros Estados, y bajo el paradigma cuasi-liberal acomplejado que acompaña a las políticas de muchos Gobiernos, no se está acometiendo adecuadamente la resolución a la problemática de restricción crediticia al sector privado. No existe una relación lineal entre el dinero que el Estado inyecta a la banca y el que ésta pone a disposición de empresas y particulares, por lo tanto, no se debe actuar como si esa premisa fuera cierta.

Está demostrado por un lado que aquello que dijo Keynes no era así, y que en el largo plazo se traduce en ruina. También está demostrado que la banca actúa de forma más que cíclica, acrecentando los efectos de la coyuntura económica. Cuando todo va bien, la banca tira el dinero, acometiendo imprudentes inversiones, especulativas muchas de ellas, bien directa bien indirectamente, para ganar la batalla de la cuenta de resultados en junta de accionistas, en relación con sus competidores. Por el contrario, cuando pintan calvas, la banca es la primera que corta el grifo y solo presta o a los que no lo necesitan o a los que ya les concedieron un crédito mal concedido para refinanciarles, incrementarles el tipo de interés y alargar su agonía. Esto no es nuevo, pasa ahora y ha pasado en otras crisis.

Lo que no debe hacer el Gobierno ahora, que estamos como estamos, es incrementar las exigencias de capital a la banca, porque eso favorece exponencialmente la tendencia a no prestar a empresas ni particulares. Y si, además, tenemos en cuenta que los recursos permanentes a los que hacemos referencia vienen de lo prestado por todos y cada uno de los españoles, y pendiente de devolver, pues más razón para reconsiderar las propuestas.

Estando totalmente en contra de la existencia de una banca pública que absorba todas las ineficiencias que el mercado genera por prácticas individuales erróneas, sí es cierto que parte de razón podía tener Keynes cuando solicitaba que los Gobiernos actuaran en momentos de crisis.

Desde una perspectiva largoplacista, y con el ánimo de anticipar lo máximo posible la salida de la crisis, dos son las medidas que no está desarrollando ni este ni el anterior Gobierno y que deberían ponerse en marcha hoy mejor que mañana.

La primera de ellas, flexibilizar el mercado financiero. Apuntarse al carro, pese a lo oportunista de la medida, de las ineficiencias que genera la existencia de un Banco Central Europeo como el que tenemos, y darle manga ancha a los bancos para que otorguen crédito, reduciendo sus requisitos de capital, e incluso primando a aquellas entidades bancarias que más crédito otorguen. Cuando las cosas mejoren, tendrán que aprovechar para incrementar y establecer, de una vez por todas, un ambicioso plan que restrinja la manga ancha que a buen seguro empezarán a tener los bancos. Ese será el momento de endurecer las condiciones a los bancos, pero no ahora.

Por otro lado, lo que debe hacer el Gobierno es utilizar los organismos autónomos que creó para incentivar la actividad empresarial, para que el dinero llegue a empresas y particulares. Desde el Gobierno se está apostando, y me parece acertado, por el emprendedurismo como salida de la crisis: «Si no te dan trabajo, créalo tú mismo». Este plan, que tiene más bondades que defectos, adolece de un requisito indispensable, y parte de que todo el que empieza un negocio o decide ampliar el que tiene, necesita un capital (dinero) del que no suele disponer. Ahí debe actuar el Gobierno, prestando directamente (insisto, esto no es banca pública sino un mero mecanismo corrector) a aquellos que, o bien van a iniciar una actividad empresarial por cuenta propia, o bien a aquellos que, con la actividad empresarial en funcionamiento, generan empleo incrementando su capacidad productiva.

Si el Gobierno (el que sea, el de España, el de Murcia o el de cualquier Ayuntamiento, aunque con estos últimos tengo fundadas reservas) dedicara el 2% de su presupuesto a conceder préstamos a empresas, paliaríamos la problemática de restricción de crédito al sector privado.

Préstamos directamente desde la Administración pública a interés cero a aquellos que inicien un negocio o a empresarios que contraten a desempleados jóvenes, mujeres o parados de larga duración. Esta posibilidad se le daría al empresario para que sufragara inversiones, gastos de empleabilidad, etc. por el mero hecho de contratar, valorando sólamente que genere empleo, sin entrar en otras cosas. Préstamos a interés cero, que el empresario podrá o no formalizar, a su gusto. Préstamos y no subvenciones, que los préstamos se devuelven y las subvenciones se conceden con dinero de ese ´que no es de nadie´, ya que, como bien dijo Keynes, «a largo plazo, todos muertos».