Ha pasado lo peor. Todas las personas que conozco, todas aquellas con las que pude comentar las elecciones alemanas, querían que Angela Merkel, la nueva Dama de Hierro de Europa „olvidémonos de la señora Thatcher„, las perdiese. Pero ha arrasado. Rozando la mayoría absoluta pese a que sus socios hasta ahora en la tarea de gobierno pueden convertirse incluso en extraparlamentarios, queda fuera de toda duda que Merkel seguirá empuñando el timón europeo; los alemanes le han renovado su confianza y puede que sea precisamente por las mismas razones que llevaban a que desde España deseásemos su derrota: su negativa absoluta a relajar las exigencias de los tratados que fundamentan la Unión Europea, esos que nos obligan a irlandeses, italianos, griegos, portugueses y españoles a apretarnos el cinturón manteniendo programas de austeridad extrema.

Se le echa en cara a Merkel que nos exija esa disciplina feroz a la vez que deja hacer a los alemanes aquello que a los demás no les permite. Pero de eso se trata: de que el sur de Europa e Irlanda se encuentran presos de unos errores de gobierno que Alemania no ha cometido. Sostenía hace poco en la radio Ignacio Sotelo, profesor, como se sabe, de la Universidad Libre de Berlín y nada sospechoso de comulgar con las tesis del liberalismo derechista que lo peor que podía hacer España era confiar en que la Unión Europea resolviese sus problemas. Cuando le preguntaron acerca de la cuestión, casi retórica, de si las elecciones alemanas eran importantes para nosotros sostuvo que no, que lo que en verdad importa es el que no nos endeudemos aún más. Con Merkel en el poder cabe esperar que no haya eurobonos ni se relajen los nuevos préstamos. Pero entonces, ¿qué nos queda por delante? ¿Seguir asfixiándonos hasta que muramos todos?

Sotelo contestó también a esa pregunta aunque no se la hicieron. Lo que nos queda pendiente es la reforma fiscal, una puesta al día que permita acabar con la losa que está arruinando a las clases medias en España, obligando a que no sólo paguen la crisis los asalariados. Se ha rescatado a la Banca y se alivia la quiebra de las Comunidades autónomas pero a costa de estrangular cada vez más a los funcionarios, a los contratados y a los pequeños empresarios. La Administración y la clase política siguen con su gigantismo desmedido pero el Gobierno y el Parlamento nada hacen por evitarlo. Si añadimos que los ingresos del Estado van a la baja y tampoco se reforma el sistema tributario queda claro que o bien seguimos endeudándonos o esquilmamos aún más a quienes pagan impuestos, cosa para la que apenas queda margen.

La victoria de Merkel impedirá lo primero, así que está claro qué nos queda por delante: que el Gobierno de Rajoy y el partido con mayoría absoluta en las Cortes deberán hacer, lo quieran o no, sus deberes. A lo mejor resulta que hemos tenido suerte con el éxito de la Dama de Hierro.