En mi último artículo de primeros de agosto les decía: «El ´avispero´ egipcio y la guerra de Siria no son sino unas piezas más del engranaje diseñado para consolidar la presencia estratégica de EE UU en la región». Tras los acontecimientos de este verano en Siria, los hechos vienen a darme la razón. Y una vez más, como en todas las guerras, la gran sacrificada es la verdad. En la medida en que los medios de comunicación no hacen sino reproducir una interesada versión de los hechos, es bueno ´bucear´ en la red. Y, gracias a Internet, sabemos, por ejemplo, que el informe de cuatro páginas presentado por los servicios de inteligencia de EE UU respecto del uso de armas químicas por Bashar El Assad no contiene ninguna prueba consistente. Vladimir Putin „que no es precisamente santo de mi devoción„ llegó a decir que si EE UU disponía de dichas pruebas debería haberlas presentado ya a los inspectores de la ONU y al Consejo de Seguridad. Se ha sabido que los obuses cargados con material químico salieron de territorio ocupado por los rebeldes. Insurgentes sirios de Ghonta afirmaron que ellos fueron los únicos responsables de la masacre del pasado 21 de agosto, al manipular erróneamente los obuses que les había proporcionado el jefe de la inteligencia saudí, el príncipe Bandar Bin Sultan.

El periódico Le Figaro, nada sospechoso de afinidad al régimen sirio, afirmó en los días previos a la matanza que opositores al régimen sirio, supervisados por comandantes israelíes y estadounidenses, se movían hacia Damasco desde mediados de agosto. Días después, llegaba hasta Turquía un cargamento de armas para el Ejército Libre Sirio (ELS). Y hay que recordar que el día antes del ataque con armas químicas había llegado a Damasco el equipo de investigadores de la ONU, solicitado por el propio El Assad a partir de otro ataque químico registrado el pasado 23 de marzo en la provincia de Alepo. ¿Por qué entonces el Gobierno sirio iba a utilizar armas químicas en las ´narices´ de los propios inspectores de la ONU? Pero, como viene siendo habitual, los medios habían culpado de esa acción de marzo al ejército sirio, pese a que la mayoría de víctimas pertenecían a él. Unos días más tarde, se sabe que el ELS masacró a los posibles testigos que podrían dar cuenta de dicha acción. Muchos analistas coinciden en la inutilidad del uso de armas químicas por el régimen sirio, en la medida en que su ejército está ganando la guerra en todos sus frentes.

Pero los EE UU llevan tiempo planeando esta guerra, con varios objetivos: debilitar al aliado estratégico de Siria, Rusia; amenazar a Irán (¿próxima crisis?); garantizar la seguridad del Estado de Israel y, de paso, consolidar la presencia estratégica norteamericana en la zona. Y, para ello, una vez más, no dudan en usar la manipulación informativa. No sólo la cifra de muertos que se nos muestra es exagerada, sino que incluso algunas víctimas exhibidas ante los medios no corresponden a ese escenario geográfico. Así, se ha sabido que la fotografía usada por el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, para demostrar el ataque químico había sido tomada hace una década en Irak por el fotógrafo Mario di Lauro, el 23 de mayo de 2003, fotografía que muestra víctimas ocasionadas, además, por el ejército norteamericano.

Y hay más datos. Una información del New York Times de 21 de julio nos daba cuenta de que la Administración Obama decidió no concentrar sus esfuerzos para la búsqueda de una solución diplomática al conflicto de Siria, y dejó en manos de Israel la destrucción de los depósitos de municiones de ese país. Mientras tanto, mercenarios libios de Al Qaeda, que aviones ingleses, norteamericanos y franceses llevaron a Turquía, extendieron la guerra, al tiempo que los servicios secretos occidentales ponían en Damasco las bombas que hacían saltar por los aires a los generales de El Assad.

Por su parte, el Washington Post reproducía un cable confidencial del Departamento de Estado de EE UU, publicado en el portal Wikileaks, que demostraba la financiación en secreto por ese país tanto a los grupos de oposición siria como a una emisora opositora al presidente Bashar, información que coincide con la denuncia de las autoridades sirias de que el clima de violencia ha sido generado por la actuación de bandas armadas desde el exterior. Incluyendo a grupos de Al Qaeda. La gran paradoja de esta crisis es que EE UU se dispone a derribar a El Assad con el concurso de grupos fundamentalistas islámicos. O sea: los supuestos autores del derribo de las torres gemelas pueden estar combatiendo, a corto plazo, codo con codo con los soldados norteamericanos, situación que ya ha despertado malestar en el ejército yanqui.

La machacona manipulación informativa puede conducir, si no lo evitamos, a una nueva guerra de agresión imperialista, con el sacrificio, como siempre, de la población civil inocente. Mi admiración, pues, para esos cientos de personas, que, apostadas en las afueras de Damasco, se aprestan a denunciar este nuevo crimen, constituidas en escudos humanos.