El pasado mes de junio, a las nueve y treinta de la mañana, recibí una llamada telefónica de carácter urgente. La viuda de un policía nacional, muerto en atentado terrorista en el País Vasco, me pidió que brindase atención psicológica a una de sus hijas, a petición de la misma. La huérfana, ahora de 26 años y madre de dos menores de edad, había perdido el control y realizado dos intentos de suicidio. Por el último de ellos requirió la intervención de la Policía Nacional y de los Servicios de Urgencias de Psiquiatría del Hospital Virgen de la Arrixaca. Su pareja y padre de sus hijos, ante la impotencia y la desesperación al ver a su mujer de este modo, intentó también quitarse la vida. Y yo me pregunto ¿Qué situación subyace para que una pareja de jóvenes, con dos hijos pequeños, realicen semejantes hechos?

Detrás de este drama familiar se tejen múltiples factores. Ella es una mujer vulnerable por el trauma que originó el atentado terrorista. Tenía tan solo 5 años cuando su padre fue asesinado. Hace más de un año tuve la posibilidad de atender a su madre y a sus hijas huérfanas como parte de mi trabajo con la asociación AMUVITE (Asociación Murciana de Víctimas del Terrorismo). Pude diagnosticar en ella varios trastornos mentales relacionados con esa experiencia y, ya por aquel entonces, tenía ideas suicidas. Gracias al tratamiento psicológico pudimos estabilizar su situación emocional y ayudarle a resolver dificultades en la pareja; pues los traumas no resueltos afectan dichas relaciones.

Durante mi trabajo con varias familias de la Región que han sufrido el impacto del terrorismo, he constatado que no han podido superar dichas experiencias. He tratado con viudas destrozadas, que dejaron de ser mujeres para convertirse sólo en madres, volcadas en cuerpo y alma en la crianza de sus hijos. En muchas casos, como el que nos ocupa aquí, desarrollaron una depresión profunda, una amalgama de lágrimas de las que sus hijos se convirtieron en testigos mudos, pero sangrantes. El tema del asesinato, el tema del terrorismo, se convirtió en tabú. Esos niños habían entendido, algunos a muy corta edad como la chica de cinco años de esta trágica noticia, que no se podía hablar del padre para que las lágrimas y el dolor no se convirtiesen en un río de muerte que lo inundase todo y arrastrase a esa madre, el único sostén de la familia. Estos niños aprendieron a protegerla a costa de silenciar su propio dolor y de dejar abiertas sus heridas. Ese mecanismo de instaurar el silencio se convirtió, al principio, en un mecanismo de supervivencia. Pero con los años se ha convertido en un auténtico problema. El tiempo ha quedado detenido en sus psiques heridas, como si el hecho traumático hubiese ocurrido ayer.

La responsabilidad en el manejo de estas situaciones no es, en exclusiva, de las familias. Sus heridas abiertas evidencian la incapacidad de la sociedad para brindar ayuda a los más débiles.

Es lamentable que esta región no haya sido acogedora, en muchos casos, con estas personas. A estas niñas, que se incorporaron a la vida aquí con su dolor y la vergüenza inexplicable que padecen las víctimas de la violencia, los otros niños les rechazaron cruelmente. Llegaron a sufrir acoso escolar. El resultado fue el abandono de los estudios a muy corta edad, frente a los ojos de un colegio, un barrio y una sociedad pasiva.

Es cierto que cuando hablamos de terrorismo no pensamos en Murcia pues aquí sólo han sucedido dos atentados. ¿Pero sabía usted que es una de las provincias del país en que más víctimas viven?

En el caso que nos ocupa he intentado entender la desesperación de dos jóvenes que atentan contra su vida. Además del impacto del trauma en lo personal y en la relación de pareja, se encuentran sin trabajo y dependen, casi en exclusiva, del sostén de sus familias. En fin, una familia de seis personas que sobrevive con apenas mil euros al mes.

Sabemos que la crisis está golpeando en innumerables hogares y les aseguro que en familias víctimas de un trauma este escenario se complica mucho más. Ellas poseen menos tolerancia al estrés, se desbordan con más facilidad ante sucesos de este tipo, los digieren peor. Nuestra joven está debilitada por el trauma no resuelto, por la depresión. Se angustia y se satura más fácilmente ante los problemas económicos, las discusiones con su pareja, las tensiones con la familia de origen de ambos y ante sus dos hijos inquietos expresando el malestar de un entorno que ya no puede más con los retos que se le presentan.

Hay que decir que, tanto a ella como a sus hermanas, recientemente, se les ha denegado la indemnización por las secuelas psicológicas que presentan debido a la muerte del padre en acto terrorista. Eso sí, me consta que no hace mucho a su padre se le dedicó el nombre de una calle en su ciudad natal. Por supuesto que está bien conservar la memoria de las víctimas de terrorismo. ¿Pero es suficiente? ¿Qué pensaría este ciudadano si contemplase la situación de abandono, y maltrato institucional de la que están siendo objeto su mujer, sus hijas y sus nietos?

En medio del difícil panorama emocional y económico que muchas familias víctimas de terrorismo atraviesan, el martes 12 de junio me sorprendió una noticia: "En suspenso las ayudas a víctimas del terrorismo. Se suspende la concesión o abono de las indemnizaciones por daño físicos o psíquicos tanto de las solicitudes que están actualmente en tramitación como de las que pueden formularse con posterioridad. Esta medida está condicionada por la situación presupuestaria". Estas ayudas fueron aprobadas en un Real Decreto de esta Comunidad de Murcia en el año 2009 y confirmadas en el 2012, por lo que la noticia ha dejado sorprendidas a las víctimas y, nuevamente, está removiendo sus heridas y sus sensaciones de abandono y de desamparo.

La verdad es que contemplo, alarmada, la falta de recursos que disponemos en la Región y la escasez de servicios especializados para atender a este colectivo, a pesar de la buena voluntad de los profesionales y de los equipos de atención que desde los Servicios Sociales desempeñan su labor.

Atiendo a esta familia sin ningún tipo de remuneración por mi trabajo. Casos como éstos requieren un abordaje multidisciplinar con equipos de atención especializados en el tratamiento de traumas y, en particular, de las secuelas que producen los atentados terroristas sobre el individuo y su familia. La realidad es que nos encontrábamos a nivel precario en su atención ya antes de la crisis. Pero ¿qué podemos esperar ahora con toda la política de recortes sociales que se está llevando en el país?

Mientras tanto, nuestra huérfana, inmersa en su problemática social y personal sin resolver, se arrepiente de no haber tenido el valor para matarse. Esto nos lleva, como poco, a pensar que el conjunto de las actuaciones que estamos realizando resultan, por el momento, insuficientes. Y es que son muchos los factores implicados en el proceso de su recuperación. Pero, desde luego, lo primero es atender el riesgo de muerte. ¿Y qué pasará cuando en agosto esta pareja pierda el subsidio por desempleo a parados de larga duración y los miembros del núcleo familiar vean reducidos sus ingresos de 1000 aproximadamente a 575 euros mensuales para mantener a seis personas, incluyendo los dos niños? ¿Cómo se manejará esta familia con las emociones, problemas y conflictos que dicha situación generará? ¿Soportará la situación esta joven con una psique debilitada por sus experiencias traumáticas? ¿Y cómo reaccionará él si ella vuelve a perder el control y atenta contra su vida? Y a sus dos hijos ¿cómo les afectará en el futuro el fantasma de la muerte rondando por su casa?

Por último, lanzo una pregunta al conjunto de todas las instituciones y servicios implicados ¿estáis dispuestos realmente a correr el riesgo de dejarles morir? Tal vez este artículo pueda contribuir a que asuman sus responsabilidades. Y si esto no fuese posible, tendríamos que ser los ciudadanos los que generásemos nuevas y verdaderas redes de apoyo. Porque es la única manera de demostrar que, pese a un conjunto de mecanismos e instituciones resquebrajándose que desamparan a los débiles, seguimos siendo esencialmente humanos.