En todas las épocas han pensado que vivían en el fin de algo, que el Apocalipsis estaba a la vuelta de la esquina y que los jóvenes se descarriaban irremediablemente por los oscuros recovecos de la inopia. En todos los episodios históricos se habla de cambios, de superar antiguas fases y de alcanzar el 'futuro'. Seguramente, cuando se inventó la imprenta, muchas personas se echarían las manos a la cabeza porque la producción de libros se masificaría, se banalizaría la cultura y se volvería un artículo de consumo para el vulgo. O un artefacto peligroso con el que las gentes ordinarias serían capaces de pensar de forma autónoma o acceder a un conocimiento no apto para sus mediocres mentes. También se lamentarían porque con la impresión en serie de libros se perdería la labor de los amanuenses y de los iluminadores (los encargados de ilustrar los manuscritos).

Tal vez sí que sea una pérdida estética que ya nadie dedique toda una vida a la labor de pergeñar un hermoso tomo en un pergamino a base de denodado esfuerzo. Pero el progreso es inevitable, y en la mayoría de los casos, necesario para evolucionar. Ahora, los más puristas, creen que el mundo de la cultura y la educación se está desmoronando porque atisban un horizonte sin libros en papel, poblado por personas que jamás han escrito con bolígrafo sobre un folio en blanco y que radican y atesoran su saber en enciclopedias virtuales, páginas web y discos duros portátiles. Tal vez el futuro nos dé miedo y por eso no nos atrevemos a reconocer que nuestra vida está abocada a un inevitable y drástico cambio. Es posible que el aprendizaje de la ortografía sea una moda obsoleta ya que los procesadores de texto proveen al usuario de correcciones y multitud de herramientas para editar escritos apropiadamente y sin tener que memorizar las reglas básicas de acentuación. La caligrafía, de igual modo, puede caer en desuso ya que los ordenadores, pizarras interactivas y dispositivos móviles disponen de teclados con los que acometer el noble arte de escribir. Igualmente, el convencional uso del diccionario y enciclopedias está siendo relegado por la cada vez más imperante moda de wikidiccionarios y otros espacios virtuales tan válidos como el de la RAE.

En definitiva, habrá que comenzar a plantearse una nueva forma de entender el conocimiento. Ya no basado tanto en la acumulación de contenidos y memorización de datos, sino en saber acceder a ellos y gestionarlos a través de las herramientas que nos proponen las nuevas tecnologías. Saber navegar de forma segura por Internet, conocer sus peligros y no permitir que le engañen puede ser en estos días harto más beneficioso para un adolescente que retener los nombres de las capitales de los países que forman el mundo tangible. La tecnología no es otra cosa que una forma de extendernos en el intrincado universo del saber. Negar su trascendencia es no mirar con valor al futuro en el que YA vivimos.