El festival de Cuadrilllas de Barranda nació cuando aún la cultura era libre. En aquellos años de la Transición en que las cosas nacían a pulso, por el deseo, y no por las subvenciones. Toda la cultura era popular porque no era aún institucional, porque no habíamos acudido a ellos ni consentido que los políticos socialdemócratas, de izquierdas o de derechas, se convirtieran en empresarios únicos y, por tanto, en dueños. Hoy, esos empresarios tienen que devolver lo que se gastaron en penetrarlo y controlarlo todo. Dejamos el sueño en sus manos y al despertar sólo quedaba ruina. Y si a algo debería dedicar nuestros impuestos el poder público es a este homenaje a nuestra memoria, a este museo de formas de vida y relación que son nuestra verdad más íntima, predigital y hasta preelectrónica, al menos en aquella tierra mía, y no a festejos postmodernos que habría de pagarse cada uno. La mejor noticia es que Barranda y las Cuadrillas de Ánimas han decidido resistir. Barranda vuelve a señalarnos el camino. Su consolidación vendrá cuando no confíen ya más que en ellos. En todos esos Juan Fernández extraordinarios que la han alentado y mantenido. Como entonces.