Vila Matas inventó un libro sobre los escritores que no escriben: ágrafos, autores sin obra. Una especie de paradoja, de oxímoron metaliterario que tiene más de broma enciclopédica que de ensayo bibliográfico. Nombra a Rimbaud, poeta maldito que tras escribir dos breves libros de poesía se dedicó a viajar y a hacer de su vida un poema épico. Enmudeció literariamente. Como aquel escritor que decía que no quería escribir más poemas sino ser un poema él mismo. Es curiosa la nómina de escritores inéditos que son famosos por la ausencia de sus libros en lugar de por sus trabajos. Muchos escritores frustrados, no publicados y jamás leídos, enviaron sus manuscritos a editoriales que los rechazaron. Y, cómo no, en Estados Unidos existe una biblioteca, The Brautigan Library, que recoge todos los manuscritos de obras que jamás vieron la luz y cuyos autores son inéditos. En definitiva, cientos de libros que no han nacido aún. Lo más curioso es que algunas de estas obras son anónimas. Obras desconocidas escritas por autores desconocidos.

En el minimalismo literario se pueden encontrar verdaderas rarezas. Borges especulaba en su relato Undr (El libro de arena, 1975) con una literatura formada por una sola palabra. Al igual que hizo en su famoso El Aleph donde nos mostró un punto en el que confluían todas las cosas, persona y momentos de la historia. Por supuesto, también todas las literaturas.

Vila Matas, tan fronterizo como Borges, ahonda en sus filias literarias. Ya había escrito un escueto libro, Historia abreviada de la literatura portátil (1985), que esconde el germen de Bartleby y compañía (2000). En esa previa novela nos cuenta la historia de una hermandad secreta de escritores que tienen como exigencia poder portar su obra completa en una maleta de viaje. Es decir, escritores de lo breve, Bartlebys en potencia. Por supuesto, el narrador de Bartleby y compañía no escribe el libro. Al principio lo deja claro: «Este libro es sólo un compendio de notas a pie de página de un libro que jamás escribiré». No sé quién escribió que toda la literatura era una nota a pie de página de la historia.

De escritores de lo breve me viene a la cabeza un gran número. Por ejemplo Jorge Manrique, autor de apenas cuarenta piezas, cuyas Coplas le han valido la inmortalidad. Quizá si hubiese intentando más libros este homenaje sentido a la figura ausente de su padre hubiese sido sepultado en el exceso.

De pequeños poemarios también tenemos de ejemplo a Bécquer con sus Rimas o de Withman con sus Hojas de hierba.

Cumbres borrascosas es la novela por excelencia de la autora ágrafa. Sólo conocemos esta monumental novela de Emily Brönte.

De lo breve no podemos olvidar a Monterroso con su celebérrimo relato del dinosaurio. Y es que hoy día la miniliteratura se ha puesto de moda. A pesar de que la novela sigue reinando en los lares literarios, nuevas tendencias animan a la creación en pequeño formato. Las nuevas tecnologías también contribuyen al desarrollo de historias breves debido a la facilidad que presentan para ser consumidas en Ipad, pantallas de ordenador y otros dispositivos electrónicos. Ya lo dijó Gracián: «Lo bueno si breve€».

No parece que la realidad apunte a un mundo de escritores que no escriben. Aunque cada vez se afianza más la idea de lectores que no leen.

Si usted leyó este artículo no se dé por aludido, obviamente.