Lotería. Decía mi abuelo que la experiencia tiene la utilidad de un billete de lotería tras el sorteo. O sea, la experiencia es una inagotable cadena de errores y solo podría llamarse experimentado a quien los hubiera cometido todos. A mí, sin la menor afición a la lotería, siempre me tocó lo que jugaba; no gané un duro, es cierto, tampoco lo perdí, porque no compro boletos. Ahora, nuestro Gobierno contempla un gravamen para las ganancias obtenidas en la lotería, antes exentas de contribución; el gran lotero decide entrar en el bombo, más allá de los beneficios que obtenía por fuera. Ya digo que mi experiencia en esto es considerable porque, sin haber cometido un error, jamás perdí; no obstante, me temo que a los objetores de los juegos de azar nos obliguen a pagar el 20% de los premios correspondientes a los números que no haya comprado nadie.

Culo. Me cuenta Asun que el último plenilunio un amigo le aseguró que si esa noche enseñaba el culo y cien euros a la luna, un proyecto rentabilísimo irrumpiría en su vida, porque quien mira demasiado a la luna no hará fortuna pero quien le muestra el culo a la llena llenará la alacena, cobrará la quincena, ganará la quiniela... y pareados así, tan ripiosos como ventajosos. Pero Asun, que no cree en ritos paganos, cuando antes no le funcionaron San Antonio de Padua, San Expedito, San Pancracio ni Santa Rita, dijo que pasaba mucho de esas ridiculeces astrales. Cuando llegó a casa, su esposo dormía, sus hijos chateaban, los vecinos no habían llegado y la luna rielaba sobre el césped; entonces, Asun sacó de su cartera dos de cincuenta, se agachó de espaldas al satélite, levantó las faldas, bajó... y pareado que te crió.