Asia es un continente que apenas recibió ayuda al desarrollo cuando sus niveles de pobreza y miseria eran similares a las de África. Durante las últimas décadas, el subcontinente indio y casi toda Asia, incluyendo países con pasados tan terribles como Camboya o Vietnam y, por supuesto China, han conseguido sacar a cientos de millones de ciudadanos de la pobreza extrema.

Los tigres asiáticos, un selecto pero significativo grupo de países, se han convertido en el mayor polo de desarrollo e innovación del mundo, atrayendo irremediablemente el interés del imperio norteamericano, cuyo punto de mira parece cada vez más enfocado en el que para nosotros, los europeos, constituye el extremo oriental del planeta en nuestra particular perspectiva.

Entretanto África, inundada por tierra, mar y aire de dinero procedente de Occidente a través de la Ayuda al Desarrollo de los Gobiernos o a través del dinero privado volcado por donantes públicos y privados en las ONGs, veía cómo una parte condierable de sus países y de su población seguía hundida en la pobreza más extrema y en una irremediable falta de esperanza y en la ausencia de perspectivas de futuro.

De hecho, la vocación del continente donde surgió y evolucionó nuestra especie parecía la convertirse en el decorado perfecto para que miles de personas de buena voluntad vivieran sus vidas de entrega desinteresada a un prójimo condenado a ser ayudado a perpetuidad. O sea, un mero decorado para la asistencia humanitaria y para alimentar el ya desgraciadamente amplio martirologio tanto laico como cristiano.

Se han elaborado y escrito todo tipo de teorías acerca de la incapacidad de África para salir del profundo pozo del subdesarrollo. Jeffrey Sachs, profesor de Harvard y antiguo presidente del Banco Mundial, opina que, por mucha ayuda que se haya prestado a los africanos, nunca ha tenido la suficiente intensidad como para sacarles de la economía de subsistencia. Por tanto, la solución es€ más ayuda.

En un libro que habla de los mil millones de seres humanos que se quedaron descolgados del desarrollo en la década prodigiosa que abarca en gruesos trazos desde el año 1997 al 2007, la inmensa mayoría africanos, se intentan definir con precisión las causas del atraso y la pobreza de estos países.

Las guerras, la geografía (los paises sin salida al mar de África se encuentran entre las economías más atrasadas del planeta), el mal gobierno y, sorprendemente pero con seguridad estadística irrefutable, el descubrimiento y posesión de grandes riquezas minerales como el petróleo o los diamantes, se encuentran entre las causas más probables que condenan a estos desgraciados africanos a un presente sin medios de subsistencia y a un futuro que parecía sin esperanza. Hasta ahora.

Por que, aunque parezca mentira después de tantos años de malas noticias sobre África, por fin parece que algunas cosas se están moviendo en la dirección correcta. Y lo más sorprendente es el papel que están teniendo las nuevas tecnologías de comunicación, y en concreto la telefonía móvil, en el cambio de guión acerca del continente maldito.

Lo que está pasando es que los africanos se están saltando el paso intermedio que supuso en el resto del mundo la extensión de la telefonía fija y están entrando de forma directa en el mundo de la telefonía móvil, con las posibilidades que ésta ofrece en su versión de transmisión de datos.

Uno de los problemas básicos de África ha sido y es la falta de infraestructuras de todo tipo que impiden los flujos de personas, vehículos e información que asumimos como algo tan normal en los países desarrollados y en las economías mínimamente avanzadas.

Los teléfonos móviles, de los que en África ya existen decenas de millones en manos del público, aunque sean en versiones relativamente básicas, están permitiendo algo tan fundamental como el acceso a la información sobre los precios de los diferentes cultivos en los mercados de alimentos. Ese conocimiento está liberando a los agricultores y ganaderos locales de la tiranía de los tratantes locales y permitiéndoles obtener el mejor precio que los mercados pueden ofrecer en cada momento. Sí, un fruto excelente del puro capitalismo de mercado y no del reparto de ayudas, aunque a algunos les asombre.

Pero, además, algo tan básico como los servicios bancarios, fundamentales para el funcionamiento de una economía mínimamente eficiente, se están creando y desarrollando a partir de los teléfonos móviles. Lo que para nosotros es una simple comodidad, gestionar nuestro dinero a través del móvil, en África se está convirtiendo en una auténtica revolución. Los micropagos y las transferencias de dinero de persona a persona a través del móvil son ya una herramienta muy frecuente y de amplio uso en la vida diaria de millones de africanos para los que cobrar, pagar o transferir dinero suponía antes una aventura casi imposible.

Una prueba de que algo se mueve realmente en África, y además en la buena dirección, es el dato de que siete de los diez países que más han crecido en los últimos diez años en el mundo son africanos.

Y, sin quitar un ápice del mérito personal de tantas religiosas y tantos cooperantes de buenas intenciones, lo mejor de esta noticia, desde mi punto de vista, es que han sido los propios africanos con su voluntad e imaginación y por propia iniciativa quienes están sacando a sus países y a sus poblaciones adelante. Eso sí, con la ayuda de la innovación tecnológica, la mayor fuerza transformadora en la historia de nuestra especie desde que esos mismos africanos descubrieron el poder del fuego y protagonizaron la revolución del paleolítico inventando las herramientas para la caza.