Periodismo significa aparcar la gramática y dominar las sutilezas del lenguaje. Escribir por ejemplo «el concejal Palomino Molero ha sido imputado por un presunto cohecho, dado que supuestamente recibió posibles fondos de un constructor según la investigación de la policía». En el siglo XX, el texto quedaba sin apéndices impresos. Gracias a internet, se publica con las aportaciones de los lectores. Primer comentario, de Perrorrábido, «al Molero ése hay que meterlo en la cárcel con una pastilla de jabón, tirar la llave de su celda y que se pudra por ladrón». Segundo comentario, de Indiscreta, «me avergüenza el contenido dulzón del primer comentario, seguramente procede de un votante de Molero camuflado. Al concejal hay que colgarlo como a Mussolini, después de someterlo al mismo tratamiento. Y probablemente me quedo corta».

El párrafo anterior demuestra que los periodistas profesionales se eligen entre los personajes más atrabiliarios de la población, y que ofenden a lectores refinados con su lenguaje procaz, descarado y sin contrastar. El despedazamiento de la información, plasmado hasta ahora en un caso diáfano, se retuerce en una variante perversa que no aprendí hasta que me convertí en cómplice involuntario de ella.

La interacción más evolucionada entre autor y lector consiste en ensalzar exageradamente a un protagonista ciudadano, en la seguridad de que los comentarios serán despiadados con el elogiado. Escribir por ejemplo «el insigne y laborioso diputado Ignatius Reilly», mirar fijamente a la pantalla y contemplar como en segundos aparece el flash del primer comentario. “Señor Vallés, ¿sabe usted que el indeseable Ignatius Reilly colocó a su esposa y a sus tres hijas -una de ellas con evidente sobrepeso- en una oficina pública aneja, mientras él asaltaba a su secretaria en el despacho con las zarpas afiladas de un Strauss-Kahn?». El segundo comentario no me atrevo a reproducirlo aquí, lo dejo para Perrorrábido a continuación de este artículo. Ahora llega el momento de la confesión.

¿He utilizado alguna vez el recurso de contar sólo la parte amable de un desaprensivo, en la confianza de que sería aporreado por los comentaristas espontáneos? Sí, es una provocación que culmina la ópera aperta de Umberto Eco, y que mantiene sobre ascuas a los famosos globales y provinciales. Así que, cuando alguien escriba bien de ti, sabes que lo hace para que otros te insulten un poco más abajo.