Hoy hace 75 años que el fracaso de un golpe de Estado protagonizado por el grueso de la oficialidad del Ejército español derivó en una cruenta Guerra Civil. Hace bastante tiempo oí a un anciano, que en su juventud había participado en la contienda, expresar la definición a mi entender más precisa y acertada de la misma: «Fue una guerra de los ricos contra los pobres». Probablemente, a muchos les parecerá poco académica y simplista esta expresión, pero en mi opinión es diáfana y esencialmente correcta, aunque requiere de un revestimiento considerable de matices.

Pero no cabe duda de que la guerra se vertebró a través de la más violenta expresión de la lucha de clases: la guerra de clases. De los ricos contra los pobres, sin admitir reciprocidad alguna, porque fueron las clases poderosas, entre las que hay que incluir a la jerarquía eclesiástica, las que empujaron a los militares facciosos y a las milicias fascistas de la Falange a perpetrar un ataque frontal contra la legalidad republicana con un doble objetivo: por un lado, acabar con las pretensiones reformistas del régimen democrático surgido el 14 de abril de 1931; por otro, sofocar la efervescencia de un movimiento obrero que comenzaba a plantearse objetivos que trascendían el capitalismo, que en España mantenía una tosquedad que lo hacía insufrible a través de la sempiterna figura del 'señorito', fundamentalmente en el campo, donde persistían las más abyectas relaciones feudales.

Se ha hablado mucho de la represión en ambos bandos. Y es cierto que la hubo también en el campo republicano, aplicada a los partidarios del alzamiento. Pero ni cualitativa ni cuantitativamente son asimilables, y por ello ni política ni moralmente equiparables. Los rebeldes iniciaron su levantamiento aniquilando físicamente, de manera organizada y planificada desde las más altas instancias de la directiva del golpe, no sólo a republicanos y sindicalistas, sino incluso a aquellos compañeros de armas que manifestaban algún tipo de tibieza frente a la intentona, como es el caso del general Amado Balmes, comandante militar de Gran Canaria. Este comportamiento descarnado desató en la zona republicana una reacción violenta y en ocasiones desmedida hacia las gentes, en general, 'de derechas', a las que se consideraba responsables directas o indirectas de la carnicería que habían iniciado los facciosos en las zonas bajo su control. A lo largo de la guerra y en la posguerra, el nivel de represión del fascismo español alcanzó cotas sin parangón histórico, aceptándose entre la inmensa mayoría de historiadores que Franco y su dictadura iFrancodictadura nfligieron un trato a sus oponentes, en términos de vidas sesgadas, cárcel y exilio, mucho más cruel que el que perpetraron el resto de fascismos de la época. Unas tropas republicanas que adolecían de una triple falta de unidad, organización y medios, sólo pudieron contener tres años a un monolítico y disciplinado ejército de Franco nutrido generosamente por las potencias del eje fascista (Alemania e Italia). El apoyo soviético a la República no pudo compensar esta mayor capacidad militar de sus enemigos.

La historia posterior es conocida. Primero, una heroica resistencia antifascista llevada a cabo en lo fundamental por el PCE, cuyo sacrificio (en vidas, cárcel y sufrimiento) en el advenimiento de las libertades nunca fue reconocido; segundo, una transición que, a diferencia de otros países europeos que padecieron el fascismo, no representó una radical ruptura con éste. Herencia de lo cual es el enorme poder que en nuestra democracia detentan los sectores conservadores y de derechas, que han impuesto la más regresiva distribución de la renta de entre los países de nuestro nivel de riqueza, así como el más escuálido y frágil Estado del Bienestar.

Pero no hemos de temer. El vicepresidente Rubalcaba se ha transmutado en el candidato Alfredo y, en apenas cuestión de horas, ha pasado de contable de los banqueros a azote de éstos. Con Rubalcaba 'el rojo', no cabe duda, caerán los últimos vestigios de aquel 18 de Julio de 1936 que en buena medida aún perduran en nuestra sociedad.