Casi cinco millones de ´paraos´ y subiendo. Ni queriendo, las ganancias no te arriendo. Me dice una prójima próxima: «Con Franco no pasaba esto». Y tanto que no, creo que le contesto… Amosaver mariangustias, me parece que le digo o así, el paro me lo cargaba yo en un plis-plas.

Imagina por un momento que me voy con el consuegro colonial p´al norte d´África, y que mientras él arregla sus negocios, yo me arreglo un ejército un tanto apañaíco y que, al grito de «viva la democracia, pero gracias», desde el otro lado del estrecho voy y proclamo, si no un glorioso, pero sí que un alzamiento a secas, más o menos uninacional y con un solo animal: yo, que, de paso, me sirva para cargarme a unas autonomías que no son mías. Vale.

Y ya una vez sometido el país, rendido y cautivo el ejército cojo, agarro el gayao e impongo el callaos, y empiezo a largar ordenoymandos, más a diestro que a siniestro, de esos de obligado cumplimiento de los que no se los lleva el viento, señor Sarmiento… so delito de alta traición a la patria una, grande y libre y, por ende, a mi ego excelentísimo. Y ya puesto y dispuesto, comienzo a disponer, que ya saben que mejor que sacar es meter… aunque sean los pavos a la sombra.

Y dispongo que todas las mujeres –a las cuales elevo por decreto a la categoría de santas y virtuosas, dicho sea de paso ya que paso por aquí– queden en sus casas al cuidado y defensa del baluarte del hogar. A consagrar cacas de crío, a ungir babas de abuelo y a sacramentalizar el reposo del guerrero. Como tiene que ser la mujer, joer… Bien. Una vez finalizado el proceso de quebrar paticas, los hombres ocuparían cuantos puestos de trabajo hayan quedado libres por el iluminado y bienhadado hecho de la emancipación de la mujer a los puestos que tienen puestos allí por Dios, por Ejpaña y por su revolución nacihogarsindicalista que vas lista, Evarista…

Bueno, pues entonces quedarían por colocar todos los jóvenos y jóvenas, pero no sería gran problema. Las jóvenas pasarían, en régimen de baluarte, claro, a ser instruidas por sus santas madres, tías y abuelas para asumir el loable objetivo de ser baluarte de baluartes, guardianas del lar, sacerdotisas del fuego del hogar, cazadoras de hombres y encaramadoras de hombros, enfín… Las que no puedan ser sufragadas por sus familias en tal menester, se cederían al servicio doméstico público a cambio de techo, catre y potaje por ser instruídas en tan principales principios. En cuanto a los jóvenos, serían divididos en dos grupos clasificados por edades: los mayores se beneficiarían del tupi, la fajina y el petate, engrosando y engrasando las filas de un ejército regular y permanente, mi teniente. Y los menores quedarían en régimen de formación profesional en aprendizaje, cediéndose a artesanos de su lugar a cambio de oficio sin beneficios, que no está el horno para bollicios. Y luego ya veremos, chatos…

Después solo quedaría lo de la edad tercia, que, en aplicación de la más saludable justicia social, se les daría a elegir entre dos inmejorables opciones: o ser asignados a familiares directos hasta el tercer grado, o bien ser atendidos por las buenas monjicas del glamouroso movimiento nacional, tío Pascual… Pero olvídense de pegarse al body viajes de inserso, y de puñeterías finas, y de culisosas catalinas.

Y yo les juro por mis antepasados más pesados que acababa con el paro. De raíz, oigan… Otra cosa es que cualquier parecido con la anterior realidad no sea pura coincidencia. Y otro caso es que cualquier tiempo pasado tampoco fue mejor. Claro que no, pero vamos, si ustedes gustan de aquellas migas, pos hacemos otra sartená… ¿O no?