Finalmente, el congresista demócrata por el estado de Nueva York Anthony Weiner, en la picota por haber enviado fotos suyas en poses sexuales explícitas por Twitter al menos a seis mujeres que no son su propia esposa embarazada, dimitió de su escaño y anunció que se someterá a terapia. «¿Terapia?», se preguntan ya muchos profesionales del comportamiento humano en los Estados Unidos y en el resto del mundo. Pues sí, aunque no esté nada claro que este pez gordo atrapado en una red social se encuentre enfermo. La práctica del sexting, en español sexteo, consiste en repartir imágenes eróticas propias a través de un teléfono móvil como forma de interacción con el prójimo de una forma que uno se cree que es privada, pero que acaba resultando muy pública. Se ha popularizado a una velocidad directamente proporcional a los puntos que un usuario de alguna de las grandes marcas sea capaz de acumular para que le regalen una terminal fardona, un smartphone.

Hacerte una foto en calzoncillos o en bragas viene a constituir un acto reflejo al desempaquetar tu flamante smartphone. Y remitirla al hiperespacio solo requiere un clic. Si un periodista retratara a Weiner con pose de cruasán y una toalla alrededor de la cintura como único atuendo en el vestuario del gimnasio de la Cámara de Representantes y la publicase en la web de su diario nos encontraríamos ante un delito, y el reportero seguramente pasaría el resto de sus días trabajando para pagar una indemnización. Como la ha difundido el mismo protagonista, pues no. La aplastante lógica legal del ´autopaparazzismo´ carece de correlato en el universo de lo razonable.

Ignoro si el sexo virtual es más virtual, o más sexual, o tan malo para la supervivencia de la especie humana como bueno para el control de la natalidad y la fantasía. Los estudios que ya han empezado a hacerse sobre el sexteo indican que alrededor del 6% de los norteamericanos mayores de 18 años lo han practicado alguna vez, en una proporción más alta de hombres que de mujeres (casi el doble). Son los adolescentes quienes en mayor medida (20%) reparten sugerentes imágenes propias sin importarles las muchas advertencias sobre el peligro futuro que para la propia reputación representa que lo que cae en la red se quede en la red.

Que este intercambio de cromos desnudos sobre los que ya no hay control sea un comportamiento enfermizo, sin embargo, no es algo sobre lo que los expertos de la psicología se hayan puesto de acuerdo. Para algunos constituye la punta del iceberg de un trastorno, algún problema emocional previo o un trauma que se manifiesta en la evitación del contacto físico. Para otros no llega la sangre al río, siempre que no se convierta en una compulsión y se viva como una manifestación esporádica y natural de la sexualidad. Entre quienes se niegan a creer que entre el dicho y el hecho media un trecho se encuentra el magnate de la industria del porno Larry Flint, que ha tenido la gentileza de formular una oferta de trabajo al infortunado miembro de la Cámara de Representantes americana que ha puesto el sexting en el candelero antes de irse al paro.

Sea como sea, si el congresista Weiner ha gestionado así sus pulsiones, mejor si se aleja del dinero del contribuyente o del famoso botón rojo. Por estos lares, entre el sexteo, y el sesteo, la filosofía o arte que nuestros diputados y senadores han venido practicando durante décadas sin tanto escándalo, la verdad es que no me sé decidir.