Amy Winehouse deambulante y desequilibrista obtiene más repercusión que cantando con su voz hombruna y oscura. Si escribes «Amy Winehouse youtube», antes que un ´clip´ oficial salen imágenes en las que cae en el escenario, está borracha, drogada o peleando con ´paparazzi´ junto a vídeos de colocones de Maradona. Eso es lo que más se ve de una chica considerada una artista dotada, no como esos inventos rubios del pop difíciles de distinguir entre sí cuando tienes más de 20 años. La mayor fama de Amy Winehouse viene de sus momentos menos artísticos. Si sacase un disco titulado «grandes fracasos» sería un gran éxito.

Al artista le corresponden siempre un fracaso y un éxito del mismo tamaño. El éxito de los artistas malditos es su hincapié en el fracaso. También hay artistas consagrados que fracasan con éxito estrepitoso. Charlie Sheen tiene una larga carrera desde los ochenta, de películas de éxito a series de audiencia, pero su caída desde ser el actor mejor pagado de la televisión que mejor paga hasta dejar a sus seguidores sin Dos hombres y medio y convertirse en nitroglicerina, altamente inestable, para la industria fue un guión largo y vulgar rematado con el diagnóstico de moda en Estados Unidos: bipolaridad.

En el sexo oral mutuo con el que se relacionan, excitan y satisfacen el negocio global del espectáculo y el cotilleo universal, el éxito no es lo que

queda después de descontar el fracaso sino la suma de uno y otro.

Lo que en la vida normal consideramos ´humano´ —éxitos, fracasos— en estas vidas amplificadas de las estrellas es inhumano uno y otro, el superventas al que sigue un nuevo disco, la noticia de la caída y el anuncio de la recaída, a ser posible alternándose en la de cal y la de arena que conglomeran estas repetitivas historias de construcción, destrucción y rehabilitación que, desprovistas moraleja, han perdido la voluntad de instruir.