Como todo el mundo sabe, los restos del general Franco reposan en el Valle de los Caídos, gigante construido con mal gusto a base de penas y sin razones, por sus órdenes y a mayor gloria de sí mismo y de un número indeterminado de republicanos y rebeldes, caídos en la contienda.

Lugar de peregrinación de nostálgicos de su dictadura, de los dos bandos; los unos para recordar su memoria, los otros para encontrar la comprobación de que ahí yace sin vuelta atrás. Ni una pasión ni la otra causan más problema que el recelo que produce la melancolía, ni mueve las moles del faraónico Juan de Ávalos, escultor grandilocuente que dejó la supuesta grandeza en los espectaculares mármoles.

Desde su enterramiento no ha existido problema alguno salvo emociones militantes y combatientes de un lado y de otro; manifestaciones de duelo y júbilo a un tiempo en días determinados de brazo en alto y reproche moral. Hasta hoy.

Pero el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, el agonizante Ejecutivo incapaz de resolver problemas y maestro en crearlos, ha pensado que como epílogo a esta legislatura siniestra en todas y cada una de las direcciones políticas que afectan a los ciudadanos, ha manifestado su deseo de que los restos mortales del dictador sean trasladados a otro lugar distinto al que ocupan ahora, para que pierdan la inmortalidad de su gloria y dar otro rumbo al significado de aquella basílica alzada con criterios imperiales.

Así, ha encargado a una comisión de trabajo, a miembros de izquierda reconocidos, con la presidencia del ministro Jáuregui, el estudio de viabilidad de semejante ocurrencia y proeza, la dura negociación con la familia Franco y el impacto social de dicha medida.

En un país como el nuestro, en una situación como la nuestra, con centenares de miles de indignados; unos en las calles y otros simpatizantes en estado de omisión y espera de acontecimientos; con cinco millones de parados; con conflictos en todas las áreas sociales; con una crisis económica que amenaza intervenciones europeas; a unos pocos meses de las generales; con todas las encuestas enrabietadas contra el Gobierno socialista… con todo ello, se meten en este zarangollo histórico de levantar el paupérrimo cadáver de Franco.

Con ello se niega la Historia, se provoca a la reacción, se pone en entredicho el sentido común y se siembra la discordia.

A cambio, nada. Absolutamente nada para la salud, al día de hoy, de los españoles; muchos de ellos, hasta cumplidos los cuarenta años,

ajenos por completo a la vida de aquel jefe de Estado de triste memoria.

Pero este Gobierno es así; nos pone la amargura en los labios para que nos entretengamos en estas cuestiones y no miremos con atención el día a día. Y se equivocan al ciento por ciento Otra vez. Dediquémonos a la salud de los vivos...