No siempre conocemos a las personas que dirigen muchas de las instituciones españolas porque, en la mayoría de los casos, ya se preocupan estos gestores —normalmente son gestores— de mantener un perfil bajo con el fin de no llamar mucho la atención. Así pueden continuar haciendo y deshaciendo a su antojo sin atraer la atención de una sociedad que siempre puede hacerle preguntas. Algo así como la denominada Academia de la Historia Española que, gracias a la controvertida biografía de Franco, ha asomado a la luz para demostrarnos en manos de quienes se encuentra una institución a la que habría que exigirle seriedad, rigor, capacidad intelectual fuera de toda duda de sus componentes, capacidad de mirar la vida desde un plano de igualdad para el ser humano, hombre o mujer, y todas las capacidades que a ustedes se les ocurran.

Pues bien, todo esto se pone en duda cuando el personal ha tenido la oportunidad, no sólo de leer la mencionada biografía del general Franco, que daría para otro artículo, y sí de empaparse de una entrevista que un medio escrito hizo hace poco al director de la Real Academia de la Historia, Gonzalo Anes, en la que el buen señor queda suficientemente retratado. No solo no sabe ni contesta ante el sinsentido del Diccionario Biográfico, con lo que esto lleva aparejado de desprestigio para la institución por su negligencia, sino que tras reconocer que en la Academia faltaban mujeres, se quedó tan pancho al añadir que «las hay muy preparadas, pero menos que los hombres. Hay una cuestión: un historiador necesita disponer de muchas horas para documentarse en los archivos. Y, por desgracia, en las mujeres esas miles de horas están dedicadas a criar a sus hijos y a ser amas de casa». Pasmá me quedé con las declaraciones de este sujeto que no duda en insultar, desde su prisma de misógino, a las muchas catedráticas e investigadoras que trabajan en las universidades españolas y que tienen hijos, y a todas las mujeres que escriben y dedican su tiempo y su vida a la divulgación histórica y científica.

Leyendo estas declaraciones no nos extraña que, de un total de 36 académicos, la Academia cuente en sus filas con solo tres mujeres. Con historiadores tan machistas como Gonzalo Anes se entiende perfectamente que mujeres extraordinarias en el campo del arte, del saber, hayan sido sustraídas a la memoria colectiva a favor de sus compañeros varones.