Ardiente, épica, tórrida, calurosa tierra murciana. En estas fechas nos dividimos los murcianos en dos facciones bien definidas: por una parte quienes no soportan en ningún modo el calor, a los que llamaremos grado-fóbicos, y por otra los que lo aborrecen pero lo soportan, a los que

podemos llamar grado-reticentes. Piensen, con las pistas que les ofrezco más abajo, en qué grupo humano se encuentran ustedes.

Los grado-fóbicos miran desesperados los termómetros de la calle, sudan copiosamente, arrastran pies y cuerpos por el asfalto de fuego, no

duermen e imaginan horizontes de leyenda con playas, piscinas y daikiris.

Los grado-reticentes también sudan copiosamente, no duermen, arrastran cuerpos y pies por el asfalto de fuego, miran desesperados los termómetros de la calle e igualmente imaginan horizontes de leyenda con playas, piscinas y daikiris. Sin embargo, los grado-reticentes llevan todo ello con más dignidad que los grado-fóbicos. Sus niveles de queja son menores y sólo comentan el insoportable calor que hace doscientas veces al día, contra la media de 543 de los grado-fóbicos. Los grado-fóbicos, por su parte, contribuyen un poco más al cambio climático, y de paso al consumo farmacéutico de antitusivos, al bajar de forma más claramente suicida que los grado-reticentes los grados del termostato del aire acondicionado.

En cualquier caso, tampoco los grado-reticentes extreman su tolerancia hasta el punto de aceptar el calor con una sonrisa en la boca. Sus muecas son similares a las de los grado-fóbicos: rostros perlados de sudor con gotitas que ribetean las barbas de ellos y los labios de ellas, boca entreabierta y jadeante, mirada vidriosa y rojiza, y la mínima-mínima expresión de ropa sobre su cuerpo (bien pensado esto del calor tiene su punto interesante).

En las actitudes también pueden encontrarse fuertes identidades entre ambos grupos. Todos acentúan enormemente su ´sombra-tropismo´, voz que no se encuentra en Wikipedia pero que viene a significar la tendencia fisiológica mediterránea que implica la traslación automática de los cuerpos a la franja más umbría de la calle, junto a los edificios orientados a poniente, por la mañana, o a levante, por la tarde. También ambos grupos humanos, grado-fóbicos y grado-reticentes, recuperan la ansiedad por la siesta y procuran adaptar sus costumbres a horarios más y más nocturnos; las conversaciones sociales, las que se establecen, por ejemplo, en los ascensores, olvidan absolutamente cuestiones futboleras u otras de trámite y se centran en el análisis detallado del calor de la calle y de cómo el año pasado por estas fechas no hacía tanto aunque recuerdo hace tres que en junio también era bochornoso, señora. Aquí hay una leve diferencia entre grado-fóbicos y grado-reticentes, porque los primeros suelen rematar el comentario con un sonoro taco, a menudo desagradablemente blasfemo, y los segundo lo hacen con un simple e inocente. ¡Puff!

La verdad es que tampoco son tantas las diferencias entre grado-fóbicos y grado-reticentes. Son grupos casi idénticos. Aunque algún individuo particular se sale de la norma, como el que he visto este mediodía, a las tres de la tarde, haciendo footing por el Plano de San Francisco, y que debía pertenecer al raro grupo de los grado-resistentes, también conocido en algunos ambientes más razonables como grado-insensatos.