José A. Herrera Sánchez es Ingeniero Industrial. Miembro de Ecologistas en Acción.www.forociudadano.org

El accidente nuclear de Fukushima ha venido a evidenciar las debilidades y riesgos que encierra el uso de la energía nuclear de fisión. Y también a recordarnos nuevamente que existen razones de peso para que el conjunto de la sociedad reclame el abandono de esta tecnología de producción eléctrica.

Se acaban de cumplir 32 años (28 de marzo de 1979) del primer gran accidente nuclear (Three Mile Island, EEUU), y Fukushima es considerado ya por varios expertos como el segundo mayor incidente nuclear de la historia, y no excluyen que se supere la gravedad del de Chernobil (Ucrania, 1986).

Las emisiones de tritio, yodo y cesio están superando en varias veces la magnitud de la catástrofe de la central estadounidense y, según estimaciones, alcanzan los niveles de entre el 10% y el 50% de las emitidas en Chernóbil (Ucrania). Sus efectos sobre las personas aún están por determinar, aunque ya se están constatando las primeras víctimas.

La radiactividad medida en el agua y la leche supera en más de tres veces los niveles permitidos a unos cuarenta kilómetros de la central. Y las verduras presentan concentraciones radiactivas de unas treinta veces las permitidas. Por si todo esto fuera poco, se ha detectado contaminación radiactiva en cinco purificadoras de agua en Tokio y existe ya preocupación en Corea y China de que la nube lleve cantidades no desdeñables de radiactividad a estos países. Estamos otra vez ante una catástrofe ecológica y social ya inevitable. ¿Es necesario el uso de la energía nuclear? ¿debemos asumir este altísimo coste?

Fukushima se produce en pleno auge del discurso de los sectores más pro-nucleares, que apoyados en la necesidad de reducir la emisiones de CO2, presentan a la nuclear como una opción eficaz para luchar contra el cambio climático. España no se ha mantenido al margen de esta ofensiva pro-nuclear que ha llevado al Gobierno a matizar sus posiciones iniciales en esta materia, e incluso a prolongar la vida de la central de Santa María de Garoña, una instalación gemela a la de Fukushima I.

Sin embargo, los principales problemas de la energía nuclear, la residuos y la seguridad de las centrales, siguen todavía sin tener solución. Y son su gran talón de Aquiles. En España actualmente hay unas 3.500 toneladas de residuos de alta actividad, que podrían llegar hasta las 7.000 toneladas. Se trata de sustancias que serán tóxicas durante cientos de miles de años, y para las que no se ha encontrado solución satisfactoria en ningún lugar del mundo.

Una sociedad sostenible no puede ser compatible con formas de producción de energía eléctrica que pongan en jaque a las generaciones presentes y futuras. Y la nuclear lo hace a través del legado que deja durante miles de años en forma de residuos radiactivos.

En cuanto a la seguridad de las centrales, y a pesar del discurso tecnócrata de que todo es controlable, no se puede garantizar el riesgo cero. Y es que una cosa es que la probabilidad de que algo ocurra sea pequeña, y otra que no vaya a ocurrir. Fukushima es un buen ejemplo de esto. Al final, situaciones improbables, producidas por catástrofes naturales o por fallos humanos, ocurren. Y la diferencia, con respecto a cualquier otra tecnología de generación eléctrica, es que la magnitud y alcance de las consecuencias de un eventual accidente es infinitamente mayor y más grave en una central nuclear.

Y la energía nuclear no puede ser la solución contra el calentamiento global. Se dispone de medios mucho más efectivos y baratos para luchar contra el cambio climático y garantizar la seguridad energética desde una perspectiva de responsabilidad y sostenibilidad: reducción del consumo y apuesta decidida por las renovables.

Paradójicamente la nuclear en España hasta ahora lo que está haciendo es servir de freno al desarrollo de las energías renovables, que sí contribuyen eficazmente a reducir emisiones de gases de efecto invernadero. En varias ocasiones se han desconectado parques eólicos por sobreproducción en la red, ante la imposibilidad de desconectar las centrales nucleares. Y esto sin olvidar que la energía nuclear produce grandes cantidades de CO2 en la construcción del reactor y en la extracción y transformación del uranio.

Nuevamente una catástrofe nuclear nos pone delante los múltiples riesgos asociados a la energía nuclear y sus temibles consecuencias. Lo sucesos de Japón deben marcar un punto de inflexión. Y los Gobiernos, y en particular el de España, debe extraer conclusiones de lo ocurrido.

Es necesario el cierre progresivo de las centrales nucleares operativas en nuestro país, y es necesario también retomar el apoyo institucional a las energías renovables. Vivir sin nucleares es posible y deseable.