Nuestra Constitución española en el Título Preliminar, artículo 1.2, afirma de una manera tajante que «la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado», es decir, nuestros gobernantes tienen su fundamento en la soberanía del pueblo y, por tanto, es al pueblo español al que tienen que defender y proteger de cualquier ataque, incluido los ataques de los financieros e inversores, tanto extranjeros como españoles.

Nuestros gobernantes están sacrificando al pueblo español en aras de la rapiña global, como diría Carlos Taibo, que tiene su centro de operaciones en las Bolsas y en los propios organismos internacionales, que curiosamente fueron creados para potenciar el bienestar de las

naciones, entendiendo a la nación como el conjunto de ciudadanos que forman parte de los países, con sus derechos y deberes.

Pero los Estados ya no están al servicio de los pueblos. Sus decisiones no tienden a del promocionar y dignificar a cada uno de sus ciudadanos; no son la voz de la soberanía popular. Los gobernantes, incluidos los regionales, son la voz de la soberanía financiera. Han claudicado, porque también participan de ese poder económico, y condenan a sus pueblos a medidas de ajuste que empobrecen a la inmensa mayoría, para seguir beneficiando a esa minoría financiera y empresarial. No es de extrañar que los Gobiernos protejan a estos explotadores de cuello blanco y manden a la Policía contra los manifestantes, que reivindican algo que dice igualmente nuestra Constitución española: «Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida» (Preámbulo).

Los Gobiernos han sustituido la soberanía popular por la soberanía financiera. Esta soberanía financiera es la que dicta qué reforma hay que hacer para convertir todos los ámbitos de la vida personal y social en mera mercancías y negocios, incluidas las pensiones, la sanidad, la

educación, los servicios públicos, etc.

Además, se chulean y presumen de que no les va a temblar el pulso de hacer dichas reformas contra sus propios ciudadanos, recibiendo alabanzas por dicha firmeza.

El sufrimiento de su pueblo no les importa; sólo contentar a estos financieros e inversores en su afán ilimitado de codicia y lujo. Han mercantilizado hasta los productos básicos para muchos países empobrecidos como es el maíz, la soja, el arroz… aumentando la pobreza y aumentado el número de personas que mueren por causa del hambre.

Ante la avaricia, la codicia, la usura y la ambición de esta soberanía financiera global sólo cabe la rebeldía y luchar por la dignidad y la justicia. Hay que luchar contra este sistema financiero-empresarial terrible y sin alma, pero para ello necesitamos romper las cadenas mentales que poco a poco nos han ido concienciando acerca de que no se puede hacer nada o que esto es inevitable.

Hay que recuperar la soberanía popular, una soberanía popular que sea auténticamente democrática, libre y justa.