Menuda semanita, casi ni la cuento: cocaína humana, obstrucción por terminal táctil, paranoia felina, bacterias de quince meses recorriendo los tejanos… sin contar con agresiones a políticos y detenciones circenses.

Ya saben que de un tiempo a esta parte es moda llevar un diamante para siempre confeccionado con los restos biológicos de la persona amada. Algo que a mí me parece de mal gusto, «mira cómo brilla tu tío Pepe». Del diamante al polvo blanco sólo hay un paso, el que dieron hace cinco días un grupo de chavales en Florida (ya saben que los Estados Unidos son una gran fuente de rareza humana) cuando entraron en casa ajena para llevarse ´prestados´ unos cuantos aparatos electrónicos, y se les ocurrió sisar dos botes repletos de fino polvo blanco. «Joer, tío, qué flipante, dos kilos de coca para meternos unos buenos viajes». Los chavales esnifaron… y nada. Insistieron, otra rayica. Ná de ná. Claro, es que el polvillo tenía más calcio que alcaloide: más que polvo de ángel se estaban esnifando a Ángel, Pancho y Ricky, o lo que es lo mismo, el marido y los dos perros gran danés de la dueña de la vivienda a la que desplumaron.

Es asqueroso, desde luego, pero al fin y al cabo no sabían lo que hacían, todo lo contrario que Le, un muchacho vecino de la pandilla esnifa-humanos: de Canadá. Este chico decidió romper una lanza y algunas normas sociales de pulcritud para demostrar que los pantalones vaqueros son como los hornos Balay: se limpian solos. El experimento, con apoyo de la profe de ciencias: la tela de los tejanos no acumula casi suciedad, por mucha guerra que se les dé. Y se la dio durante quince meses: durmió con ellos, se limpió el sudor de las manos en ellos, tiró comida sobre ellos… «A partir del séptimo mes se me empezó a hacer difícil soportar el mal olor». Tras 450 días analiza el número de bacterias, «la mayoría se concentraba en la entrepierna»… Los lavó, se los volvió a poner durante dos días y… los pantalones tenían la misma cantidad de bacterias, ni una menos.

Así que no se extrañen si a partir de ahora me ven siempre con los mismos pantalones. Seguro que con el tufo evito lo que le sucedió el sábado a una pobre anciana de Palma de Mallorca, quien tuvo que ser rescatada por una unidad de la Policía Local y un experto en vida salvaje urbana de su gato, tras sufrir el animal ´un cuadro de violencia extrema´ que casi deja ciega a la doña y a los agentes de la ley. Menudo minino, casi tan burro como el cocodrilo de Dnipropetrovsk (Ucrania) que no come nada desde que se jaló el móvil de una torpe visitante del acuario donde vive. El aparato no dejó de vibrar y sonar mientras tuvo batería. Pobre bicho, pues además se enfrenta a una demanda de la dueña del teléfono, quien exige que se le devuelva, al menos, la tarjeta con sus contactos, sin la que no es nadie.