Es escandaloso que en circunstancias de tanta gravedad como la que atravesamos en estos momentos, los empresarios de la Región de Murcia estén entretenidos por la disputa de un puesto en el Consejo de Administración del Puerto de Cartagena. A estas alturas, ya casi ni importa ese debate, pues lo que queda en evidencia es que las organizaciones empresariales han dejado de estar a la altura que cabe exigirles. Mientras la desestructuración social avanza a pasos agigantados, la impresión que cualquiera recibe es que los empresarios —los representantes empresariales, para ser exactos— están empeñados en cuestiones colaterales de protagonismo personal con pretextos institucionales o territoriales, tratando de arrastrar a la sociedad a debates irrelevantes cuando la atención general de los ciudadanos debiera concentrarse en los problemas reales que nos afectan a todos. Ya resultó suficientemente lamentable el espectáculo protagonizado por Díaz Ferrán, quien empleó una parte de su mandato en tratar de mantenerse en la presidencia de la CEOE mientras sus empresas se deshacían por la incompetencia de su gestión, que parecía concentrada en tratar de salvarlas obteniendo ventajas con la modulación de sus críticas al Gobierno. ¿Es preciso que, aparentemente superada esa etapa, en la Región de Murcia se sigan dando controversias que en nada tienen que ver con el papel que en el transcurso de esta grave crisis económica corresponde ejercer a la representación de los empresarios? La clase política ha decepcionado a los ciudadanos, pues en momentos críticos es incapaz de salir de su ensimismamiento; los sindicatos sólo parecen conmoverse con los problemas de los funcionarios. Pero ¿y los empresarios? Ni están ni se les espera.