Qué pena no poder sentir su espíritu más cerca. Aquel espíritu de libertad, de cambio de régimen, de consolidación de la democracia, de auténtica transición y de una verdadera revolución de las masas, como diría Ortega y Gasset. Qué lástima que no haya podido alcanzar la gloria aunque hayan sido ´días de gloria´. Siempre ha habido víctimas y claros vencidos; triunfadores y claros ganadores. ¿Quién perdió aquel político e intervencionista día? No fue el señor Mario Conde, sino la sociedad española. ¿En quién recae la soberanía popular? Pues... en el ´Sistema´. «La democracia consiste en votar cada cuatro años. Punto final». «El poder político, la clase política y los partidos políticos monopolizan el debate político» –son palabras de aquel señor presidente de Banesto, que un día se salió del guión oficial y sufrió las consecuencias letales de un régimen herido–.

¿Existió conspiración del ´Sistema´ contra el presidente de uno de los siete bancos más importantes de España? A mi juicio, los hechos lo evidencian, si no Mario Conde sería o habría sido presidente de este país. Aunque él no tuviera pretensión de hacerlo –al menos en aquellos momentos– no se habría podido resistir ante el clamor popular. González estaba en sus últimas y la derecha no ofrecía una alternativa real al felipismo. Recordemos que la iniciativa privada en este país estaba siendo aniquilada por un sistema que ahogaba la esencia del verdadero poder del pueblo. Por eso creo que, finalmente, ante esta situación caótica, Mario Conde habría dado el salto a la política de manera inevitable. España necesitaba un líder contundente y aclamado por el pueblo. No estoy hablando de un salvador, ni mucho menos de un caudillo, sino de un auténtico y carismático presidente.

Sinceramente, creo que esto asustó verdaderamente a los dos líderes del momento, ya que no querían un tercer partido nacional capaz de enturbiar la ´dictadura´ bipartidista. Hablar de cosas que podrían haber pasado, pero que no han ocurrido, reconozco que es tarea fácil, pero aún siendo consciente de eso, sigo pensando que bien sea en el Partido Liberal, en UCD, o donde carajo hubiera sido, este señor habría llegado a la cima más alta del poder, dentro de una monarquía parlamentaria: la jefatura de Gobierno. Déjenme soñar por un momento, hace mucho tiempo que no siento ilusión por la casta política y necesito mi minuto de gloria.

Mario Conde era lo que necesitaba España; era nuestro Kennedy español, y perdonen la comparación. Encarnaba el ideal perfecto, sin sombra alguna en su expediente; gallego, pero no nacionalista; amigo de los Borbones, aunque no monárquico; conocedor de la problemática española; amante del saber, religioso y educado en valores; número uno de su promoción y de todas las anteriores del examen de ingreso al cuerpo de Abogados del Estado; éxito descomunal en los negocios; ventas millonarias de las sociedades anónimas Abelló y Antibióticos.

Creo que son razones suficientes para argumentar su candidatura, pero si aún os quedan dudas, os diré que también tiene en su haber: ser el presidente más joven de un banco de toda la historia de la banca española y sin pertenecer a las tradicionales familias bancarias; conseguir pactar con J.P. Morgan; comprar el 50% del banco más importante de Portugal; Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid; contactos con la Santa Sede y Audiencias con el Papa Juan Pablo II, Jefes de Estado y hombres de peso; aglutinar poder en medios de comunicación, etc. Suficiente, ¿verdad?

No pretendo hacer aquí una biografía de Mario ni idolatrarlo más de lo oportuno. Pero en una época donde los líderes políticos escasean, se necesita un jefe que conduzca a la masa. Hoy hay políticos de carrera y no de éxito. Hombres incapaces, que no saben dirigir el país y menos aún el mundo. Por eso creo que en España necesitamos, de forma imperiosa, una figura del tipo de Mario Conde. Si no él, alguien muy semejante. Sin grandes políticos no hay grandes ciudadanos y viceversa. Vivimos una de las crisis más significativas de toda la historia de la humanidad y no sólo en el aspecto económico-financiero, sino también en el espiritual. Hoy nada importa y aquello poco que importa, tal vez no sea ni mínimamente relevante.

Diecisiete años se cumplieron hace unos días de aquel inolvidable 28 de diciembre de 1993, cuando se produjo la intervención de Banesto o mejor dicho el secuestro de Banesto y, con ello, el posterior engaño a todo un país. Precisamente, mi familia y yo fuimos accionistas, apostamos parte de nuestro capital y lo perdimos, pero aún así seguimos sin creernos la versión oficial. Conde reconoce que se equivocó en aquella masiva rueda de prensa, donde los datos no hicieron más que enturbiar la esencia de su discurso, y yo le perdono.

Su gigantesco proyecto corporativo hizo soñar hasta a sus adversarios; todos creían en él y por eso se lo ´cargaron´. Creo que estamos pagando con creces las consecuencias de aquellos trágicos años. Los medios de comunicación se han vendido y la opinión pública es manejada al antojo de lo conveniente o de lo políticamente correcto. ´El monopolio de la inteligencia´ nos confunde y ´la ortodoxia´ nos empuja a un pozo sin fondo y sin regreso. Ya no se confía en las empresas y hemos convertido a España en un país de «putas, funcionarios y camareros», como apuntaba mi conciudadano Arturo Pérez-Reverte.

No pido mucho, sólo un minuto de gloria para el próximo Conde.