Hay un problema que azota la salud de millones de personas en todo el mundo, el estrés. En caso de tensión emocional, la propia estructura del cerebro sufre cebándose el estrés en él. «El estrés puede ser la sal de la vida o el beso de la muerte», reza el psicólogo sueco Lennart Levi. Es positivo, como hacer deporte o alcanzar retos, o muy negativo como la angustia provocada por no responder a una demanda o un riesgo impredecible trascendiendo las fronteras de la mente, provocando hipertensión, y con ello, a veces, hasta hemorragias cerebrales.

Tras dos meses de mi estancia en el hospital universitario Virgen de la Arrixaca, cuidando a mi marido después de haber sufrido éste una hemorragia cerebral consecuencia del estrés, puedo hacer un balance de lo que podemos encontrar allí.

Lo primero que tengo que decir es que hay mucha gente eficaz trabajando. Cada vez que asomamos la nariz al fascinante mundo del Virgen de la Arrixaca —y supongo que de todos los que dependen del Servicio Murciano de Salud, pero es el que he conocido más de cerca— encontramos caras, corazones, manos, amabilidad y mucha inteligencia... Hombres y mujeres que unas veces dedican su vida para salvar la nuestra, y otras, colaboran para que sea un poco mejor, alumbrándonos con sus conocimientos personales y con su propia experiencia.

Médicos, enfermeras, fisioterapeutas, auxiliares, celadores, limpiadoras… que no tienen a veces descanso los domingos, ni puentes, ni cena de navidad en familia, que siempre albergan sentimientos positivos, lo que, en definitiva, mejora nuestro estado físico y mental, consiguiendo que los cuidadores vayamos gestando un estado mental paulatinamente dominado por el optimismo y la alegría. Y todo ello gestionado por un maravilloso equipo de directivos que, ocultos en sus despachos, gestionan para que todo esté a punto.

Felicitaciones a todos ellos por la labor que realizan, pero especialmente al equipo de intensivistas de la UCI al frente del cual está el doctor Mariano Martínez con especialistas como los doctores Alonso, De Gea García, Núñez y del de Neurocirugía, con el doctor Martínez Laje, con los neurocirujanos Galarza y en especial el doctor Miguel Ángel Pérez Espejo con una gran calidad humana. Este doctor lleva sobre sus hombros las caras de muchos pacientes agradecidos, entre los cuales está mi marido, generándoles mucha ilusión al devolverles la vida.

Al igual que en la nave de un barco, siempre ha de haber un capitán que tenga la capacidad de decisión, en Neurocirugía es importante caer en esas buenas manos que saben interpretar y decidir rápidamente, anticipándose a las consecuencias del riesgo de no operar. Esto puede ser una clave para conseguir un buen resultado, volviendo a dar vida a muchos cerebros de muchos seres humanos sin olvidar la protección, la custodia del día a día por cada paciente. Esto, unido al trabajo en colaboración con los intensivistas de la UCI, especialmente en esa lucha constante, PIC, tensión, respiración, bacteria, análisis, antibiótico, para ganar casi siempre la batalla a las infecciones, consiguen la recuperación de tantos y tantos enfermo cuyos familiares ansían escuchar «mañana baja a planta»; o, después de una evolución favorable, «el viernes le damos el alta», y volver a casa. No me cabe la menor duda de que los pacientes, una vez que escapan al peligro inminente de una muerte, de una grave enfermedad, se recuperan mejor con el calor de la familia, en su casa, en su entorno, para, poco a poco, comenzar de nuevo a vivir, y dejar en el olvido esa pesadilla que conlleva una grave lesión.

Ojala llegue el día en que la ciencia gane la batalla química contra el estrés, evitando sus daños, y a nuestros hospitales acudamos por otras causas. Mientras tanto, más nos vale a todos escuchar mucha música, el mejor relajante de nuestra vida y una magnífica terapia, y si es Mozart, mejor, y aprender a convivir relajados con la tensión emocional, la angustia, la frustración… porque forman parte de nuestra vida cotidiana, y además, es nuestra salud, nuestra maravillosa vida la que está en juego, y merece la pena vivirla.