Con el triunfo de Nadal en el abierto de Estados Unidos, convirtiéndose así en el jugador más joven de la historia de ese deporte que ha conseguido todos los trofeos del Grand Slam, se ha abierto un interesante debate. Por un lado, España se encuentra a la cabeza de estadísticas que no son para sentirse orgullosos. Somos el país de la UE que tiene la cifra de paro más abultada, especialmente si hablamos de parados jóvenes. Hasta el FMI ha advertido de que hay una generación de parados que puede ver cómo pasan los años sin que sean capaces de conseguir un empleo, corriendo el riesgo de que su vida transcurra paralela al mundo laboral sin llegar nunca a tocarlo. Nuestra economía sigue sin ver la luz al final del túnel, luz que ya atisban, en cambio, Alemania y otros países de nuestro entorno. Es una situación especialmente dura, sobre todo cuando se viene de una época de vacas gordas en la que parecíamos nadar en la abundancia y lo que hoy se llama fracaso escolar por abandono (por cierto, otro de los apartados estadísticos en los que descollamos) era simplemente desprecio por los estudios porque no hacían falta para ganar dinero a espuertas en el océano de la construcción y sus diversas ramas afines.

Una prueba de la sima por la que se ha despeñado nuestro otrora elevado prestigio internacional es el reportaje que publicaba hace unos días un diario tan prestigioso como el alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung. En él, el reportero Leo Wieland se atreve a referirse a las ministras de nuestro Gobierno de modo despectivo denominándolas «las muñequitas de moda de Zapatero». El cuadro que pinta Wieland con trazos gruesos es el de un Gobierno de señoras fashion al frente del país. Qué humillación.

Es muy llamativo el hecho de que nuestro deporte no se haya contagiado de ese malestar. Nuestra selección de fútbol —la gloriosa Roja— se ha proclamado recientemente campeona mundial en liza con la élite planetaria. Casi todos los entendidos, dentro y fuera de nuestras fronteras, se refieren al Barça como «el mejor equipo del mundo». Nuestros motociclistas copan uno tras otro los podios de todos los grandes premios internacionales y, a falta de cinco carreras, ya tenemos la certeza matemática de que el campeón mundial de Moto GP —Lorenzo o Pedrosa—

será español.

Algunos sesudos comentaristas políticos han reflexionado en emisoras de radio y en medios escritos sobre este contraste de reveses económicos que coinciden en el tiempo con las rutilantes victorias en el ámbito deportivo, y han propuesto a Rafa Nadal como ejemplo a seguir para salir de la depresión económica que nos azota. Las virtudes que muestra el tenista, la constancia, el tesón, la fortaleza mental, la fe en sí mismo no exenta de humildad, el trabajo serio y planificado, la capacidad de autocrítica para conocer mejor las debilidades y los puntos fuertes propios, el entusiasmo compensado con realismo sensato, la capacidad para afrontar los momentos malos sin perder la confianza necesaria para superarlos, la honestidad consigo mismo y con sus oponentes serían —a decir de los sabios comentaristas— las virtudes que deberían adornar a la sociedad española en su conjunto y muy señaladamente a los políticos. Si eso se lograse, la salida de la crisis estaría asegurada.

Aleccionado por la agudeza de los comentaristas, me propongo seguir con la metáfora deportiva. Creo, humildemente, que las virtudes de un competidor individual como Nadal deben complementarse con las de un deporte de equipo como es el triunfante fútbol. Pero urge decantarse por un modelo concreto. Los dos grandes equipos de fútbol españoles, el Barça y el Madrid, representan dos modelos distintos, encarnados por sus entrenadores, Guardiola y Mourinho. El primero representa el capitalismo renano caracterizado por el buen hacer. El capitalismo renano mima sus productos, cuyo principal atractivo para el mercado reside en su fiabilidad conseguida a través de un proceso de producción cuidado hasta el mínimo detalle y tendente a la perfección del producto. Guardiola se ha formado desde pequeño en el Barça, y ahora dedica todo su saber acumulado a lo largo de años y años en la casa a lograr un equipo que funcione en todos sus engranajes. No quiere firmar contratos de más de un año, evitando lucrarse de sus triunfos rutilantes en la temporada de los seis títulos para amasar una pequeña fortuna. Guardiola supedita su permanencia en el cargo a la excelencia en su desempeño. Un renano. Mourinho, por el contrario, es un especialista en las stock options, un especulador. Se ha especializado en el ascenso súbito de un equipo a la cima bajo su égida con el fin de lograr contratos de entrenador cada vez más abultados en otros equipos. Permanece pocas temporadas en el mismo equipo. Sus actuales emolumentos en el Real Madrid —diez millones de euros por temporada, libres de impuestos— son la cima mundial absoluta. Ningún entrenador gana más que él en ningún equipo del planeta. Los equipos que ha dirigido Mourinho ascienden súbitamente y descienden de nuevo tras su marcha. Mou es como esos ejecutivos que logran aumentar la cotización en bolsa de sus empresas, pero les preocupa muy poco que sean o no las que mejor producto fabrican.

¿Mourinho o Guardiola? ¿Capitalismo renano, de lento pero bien cimentado crecimiento, o especulación financiera de éxitos inmediatos y fugaces? Esa es la decisión.